martes, 3 de noviembre de 2020

El 2020: Caos, incertidumbre y cosas que no hemos perdido.

 En estos tiempos de incertidumbre, hemos podido ver que nuestra salud mental y física han sufrido bastante por distintos motivos. Esta semana es particularmente entendible (aunque siempre lo es) sentirse ansioso, el mundo está manejando temas como las elecciones tal vez más polarizadas y decisivas de los últimos tiempos en Estados Unidos, estamos en la mitad de una pandemia que no parece tener un final pronto, nos acercamos a la segunda ola de contagios del Covid-19, los casos de violencia hacia a la mujer y feminicidios han aumentado, el no sentirnos representados por los políticos de turnos y ver cómo a pesar de los escándalos y violaciones a derechos humanos aparentemente nada pasa, el sentir que el 2020 ya se acaba y entrar en esa angustia existencial, la discriminación en aumento a diversos grupos, etc.. Sumado, además, de las razones particulares que cada quien tiene para sentirse ansioso (enfermedades, final de semestre académico, presiones laborales, relaciones interpersonales...).

Por eso, hice en Instagram (y me pidieron pasarlo a un artículo) algunas ideas acerca de como sobrellevar estos tiempos locos e impredecibles. 

Creo que hay una cosa que se aplica a las elecciones de Estados Unidos pero es transversal a tener una buena salud mental y el mayor bienestar posible en esta época de Fake News, bots y extraños particularmente envalentonados detrás de una pantalla: El manejo de las redes sociales. Está bien cerrar sesión, desinstalar la aplicación o incluso cerrar la cuenta de cierta red en momentos en que sentimos que es demasiada presión, demasiada información, demasiada polarización y demasiada agresividad. Está bien dejar de seguir a personas, así sean cercanas o desconocidas, porque el contenido que comparten no nos hace bien. Está bien tomar distancia y priorizar el contacto con nuestro aquí y ahora en vez de sentir que debemos saber cada detalle agresivo y grotesco sobre el último atentado, la última declaración política o la última pelea de moda. Está bien volver a las viejas maneras de enterarnos de las cosas, por medios verificados, por radio, por televisión, en vez de por Tweets minuto a minuto. Está bien no estar en esta dinámica que hoy en día es tan normalizada de tener el celular todo el día en la mano.

Con respecto al fin de año: No sé si es cosa mía (creo que no) pero en noviembre siempre empiezo a evaluar lo que hice el año en comparación a lo que esperaba que fuera, o a lo que fue el anterior. Este año ni lo hice, porque realmente NADIE se imaginó que llevaríamos más de 7 meses en una pandemia mundial por un virus mega contagioso que hizo que dejáramos de vernos en persona, que empezáramos a estudiar en línea, que trabajáramos por medio de una pantalla y que todos vayamos por la calle con el montón de modelos de tapabocas que hay hoy en día. Por eso, sé que no puedo comparar este año a lo que la Mariana de enero de 2020 pensó que iba a ser, y creo que nadie debería hacerlo. Más bien me inclino hacia la compasión, hacia la gratitud y hacia saber valorar lo que SI se logró este año, y es que si puedo escribir esto es porque he sobrevivido a una pandemia mundial, he tenido relativamente buena salud mental a lo largo del año, he logrado sacar adelante un Máster y sobre todo, tengo a todos mis familiares vivos y sanos. Tengo a mis amigos vivos y sanos. Puedo estar con ellos, oírles sus historias, reírme con sus cuentos, compartir las ansiedades sobre el fin del mundo (que ha llegado como 10 veces este año), puedo decirles cuánto los quiero, y demás. Creo que eso gana cualquier valoración que haga sobre el 2020, así haya sido difícil, así haya perdido la fe en la humanidad cada día de por medio o así tantas cosas hayan cambiado sobre la marcha. Es una invitación a agradecer por lo que hay, valorar lo que se pudo hacer y ver estos últimos meses con compasión ¡Y tomen su abrazo y reconocimiento virtual por haber sobrevivido a este 2020!

Con respecto a la pandemia: Es algo que estamos aprendiendo sobre la marcha, algo que nos llena de preguntas y de incertidumbre y frente a lo que todos, desde el profesional de salud hasta el empresario, estamos absolutamente cansados y agotados física, mental y financieramente. Pero, si algo le aprendí a mi papá (y espero no estar diciendo todo lo opuesto) es que el bien común prima sobre el bien individual. Es decir, que tenemos la responsabilidad compartida con, por y para los demás de cuidarnos y de no bajar la guardia. Las medidas de bioseguridad siguen siendo tan vigentes como siempre, así que sigamos con ellas. Sería ilógico pensar que después de 7 meses nadie sale de su casa ni se ve con nadie, lo necesitamos como seres humanos, pero está en nuestras manos elegir con quien nos vemos, donde y como. Hagamos lo posible por no arriesgarnos más de la cuenta, ya nos han dicho y repetido por un montón de tiempo la manera en que es menos riesgoso, así que por nosotros, por los que queremos y hasta por los que nos caen mal, cuidémonos. Ánimo.

Con respecto a la incertidumbre: Concentrémonos en las cosas que si podemos hacer y si podemos controlar, en todo lo que depende de nosotros: nuestros hábitos, nuestra alimentación, en qué carajos invertimos el tiempo, la cantidad y calidad del sueño, mantener y crear nuevos vínculos afectivos, pasar tiempo con las personas que nos aportan a nuestro crecimiento como personas, nuestro desempeño laboral o académico, el cuidado de nuestra salud física y mental (pidiendo y aceptando la ayuda cuando es necesario), fortaleciendo nuestra espiritualidad e intentando vivir el día a día, estar en el momento presente, recurriendo a aquellas personas que son nuestro espacio seguro con patas y siendo muy conscientes de que si bien la pandemia cambio nuestros hábitos, no nos quitó todo. No nos quitó el amor de la gente que nos rodea. No nos quitó el coraje para enfrentar la incertidumbre cada día. No nos quitó la esperanza. No nos quitó la posibilidad de respirar. No nos quitó el arte. No nos quitó la posibilidad de manifestarnos en contra de lo que nos duele. No nos quitó el activismo ni el amor por las causas. No nos quitó nuestras pasiones. No nos quitó la capacidad de aceptar nuestra vulnerabilidad y lo que nos duele. No nos quitó el poder vernos con autocompasión y amor propio.

Está bien no estar bien. Está bien sentirse agotados de este año y tener la esperanza de que el 1ero de enero de 2021 todo estará mejor. Está bien aceptar que necesitamos ayuda y que las cosas que antes eran fáciles de manejar ya no lo son. Está bien haber llorado en los 11 meses de esta década más que en todos los de la década pasada. Está bien sentirse perdido. Está bien ser humanos y vulnerables. Pero lo más importante, es que está bien reconocernos todo lo que hemos logrado (por más pequeño que parezca) en este año y que hemos hecho nuestro mejor esfuerzo.



viernes, 12 de junio de 2020

The lingering symptoms of a mild Covid19 case.


I know I’m no one to judge you, to tell you what to do and I surely don’t pretend to do so. But I chose to speak about what the experience of having Covid-19 has been to me, in case anyone wants to know how a medium case develops. All we see in the news are the stories about people who in a somehow miraculous way have no symptoms at all, or those who in a truly miraculous way (To a believer as myself) recover after spending a month or month in the UCI, in coma, with a ventilator. I’m here to talk about the spectrum of people who are between those two extremes, but also to speak about the aftermath. I’m also here as a chronic illness, immunosuppressed patient, who has asthma and arthritis and how those processes have been affected too.

I can’t tell you how I got infected, because I had been home in self-isolation for 25 days when my symptoms started. On April 8th I had diarrhea and migraine, which I blamed on anything else but the virus, and the next day I had what I felt like was a very strong and fast asthma attack. I used my inhaler and went to the E.R., where they told me that as I had been at home for almost a month there was no way I had Covid-19, and with no further blood test or X-ray they sent me home. That first week was the worst, I felt a pain that I had never felt before on my body, like if it was being run over and it was about to explode. I was tender to touch, I couldn’t sleep for more than 2-3 hours, I cried my eyes out because of the pain, I couldn’t eat or drink anything without having diarrhea and nausea, my head felt like a ticking bomb, I had horrible nightmares, I felt exhausted and I couldn’t recover myself no matter what I tried. The second week, the same, plus an urinary tract infection. I remember telling my mom that whatever I had in my body was a different kind of illness, a more aggressive one, an unknown one. I kept having the same symptoms, with a plus on two nights: I had the most draining night sweats, that left me like I had just came out of the pool, and then, at the next day, my temperature would drop to the minimum before hypothermia ( 35°C). When it happened for the second time, I told my psychiatrist (who’s my closest doctor) and he send me some tests and x-rays, all came out non conclusive, so he told me to attend the hospital he works in. I did, and there they treated me like a “covid-19 suspect case” for the first time. At the next morning, at 4 a.m., I was allowed to go home to wait for the covid-19 test results, which came back positive some days later. The UTI went away with a medication, but the rest of the symptoms stayed the same, and have stayed the same, even when my second test result was negative in the first week of May.
And that’s what I want to talk about. I’ve been negative for 41 days today. Still, I have diarrhea, strong headaches, night sweats, pain, fatigue (sometimes needing to take 2 or 3 naps a day), and difficult breathing in and out. I’m more dependent of my inhaler that what I’ve been since I was 5 years old, needing to use one 3 times a day and the other one 2 times a day. I’ve lost a lot of weight, like about 8-10 kgs. My arthritis medication was suspended by my doctor since April, and my mildly aggressive chronic illness is having the time of its life crooking my fingers and keeping me up at night thanks to the pain and inflammation in every joint, starting in my jaw and ending on my toes. My skin is so dry from the constant diarrhea and sweating that it’s cracking up open, and I’ve had a lip injury for 20 days now. I don’t know, when I go to sleep, if I’m going to be able to work and study as much as I need the next days, because there are days in which I can barely get out of bed and I can’t focus. Last Monday I slept 3 naps, 2 and a half hours each. I’m doing my Master’s, and my thesis. I need to be able to do something, but there are days in which it’s simply not possible. On Saturday I went out for the first time to a place that wasn’t the hospital since March. I walked a block and came home gasping for air, with my lungs like I’ve run a marathon and my body aching, in the worst physical shape I’ve been in my life.

And I’m here. I was able to have a covid-19 case that was treated at home, I didn’t step on a UCI, I had no traditional symptoms, I’m lucky, but my body is exhausted and broken and somehow forgot how to go back to normality. People all around the world share the same, they have been up to 3 months with symptoms until they started to feel themselves again. To them, I hug you! To the rest, I just want you to think if you are willing to have symptoms for 2 months straight just because you think this is a political conspiration, or because the BBQ couldn’t wait, or because the face mask is too tight and doesn’t let you breathe.

lunes, 4 de mayo de 2020

¡MI CUERPO SUPERÓ EL COVID19!


Mi experiencia con el coronavirus ha sido distinta a la que muestran en los noticieros o en las redes, donde suele sobresalir lo difícil y complejo que es todo. Si bien han sido unos días (Especialmente la primera semana) de mucho malestar físico, ésta es una historia de gratitud. Desde que estaba en la panza de mi mamá he tenido vainas de salud, nací y boom oxígeno por un tiempo, trasfusiones, exámenes, hospitalizaciones. Y han sido 25 años de muchos, muchos médicos y muchas pastillas, vacunas, inhaladores, etc. Por esto mismo tenía (y todos a mi alrededor) un miedo infinito de contagiarme de coronavirus, entonces asumimos medidas de protección desde el 13 de marzo. Desde ahí solo salí al reumatólogo a los 2 días, a pasear los perros una vez al frente de mi casa con mi súper tapabocas que me tapa media cara y guantes, a la terraza 2 veces subiendo por escaleras sin tocar nada y solo con mi mamá y sebas, y ya después de urgencias. No tuve contacto con nadie diferente, no fui a un supermercado, a una oficina, a un centro comercial, a nada.
Por eso una de las preguntas que más he oído desde que salió el resultado es ¿ENTONCES CÓMO TE CONTAGIASTE? Ni idea. No sé, los médicos no saben, los epidemiólogos tampoco, las enfermeras tampoco y los psicólogos que me llaman todas las tardes, tampoco. Pero si sé que el 8 de abril empecé con una migraña tremenda y muchos síntomas gastrointestinales, al día siguiente empezaron a molestar los pulmones, me costó respirar y tuve que ir a urgencias. Allá no me hicieron nada, radiografías ni pruebas de sangre, pues decían que debía ser una gastroenteritis y ya. A la casa, con un inhalador distinto, pero sin diagnóstico ni nada. Esa primera semana fue muy difícil, mucha tos, sensación de ahogo, síntomas gastrointestinales fuertes, sudor en las noches y temperatura por debajo de 35.5 en el día, dormir todo el día, fatigarse con cualquier cosa y sobretodo mucho dolor en el cuerpo. Pero un dolor diferente, como el dolor de cuando a uno le están tomando la tensión y el tensiómetro espicha el brazo muy fuerte. Ese tipo de dolor, pero en todo el cuerpo. No dormía, no comía, lloraba. Lo único que me mantenía bien era el amor de la gente cercana, especialmente de mi mamá y mi hermano, y mi espiritualidad. El 20 ya me cansé, no me pasaban los síntomas, se había sumado una infección urinaria, tenía la saturación y la temperatura bajas, me hicieron exámenes ordenados por el médico domiciliario y todos salieron bien. En la noche, por orden de mi médico, fui a urgencias de la clínica donde él trabaja y fue la noche más rara de mi vida. Me marcaron como caso sospechoso de covid19, me bajaron a un piso reservado solo para casos así o casos confirmados, donde todos los médicos, enfermeras y personal vestían con sus trajes de astronautas, con 3 pares de guantes, gafas, gorro, varios tapabocas y demás. Era un sitio casi vacío, donde hacía frío y todo el mundo estaba tenso, a pesar de eso las personas fueron increíblemente amables. Me hicieron exámenes de 6 de la tarde a 2 de la mañana mientras yo alternaba entre llorar, rezar y hablar por whatsapp o instagram. Al final, hacia las 3 de la mañana, me hicieron la prueba del covid19 con una sonda. Fácilmente la experiencia más horrorosa de mi vida entera.
Llegué a mi casa a las 4:30 am a intentar dormir y a medida que fue pasando esa semana, la tercera de síntomas, empecé a sentir alguna mejoría. Pude dormir mejor, ya no estaba tan ahogada, los dolores eran de a ratos. Y el 27, día en el que me sentía relativamente bien, me notificaron que era positiva. Mi primera reacción fue rabia y risa, por lo irónico de la situación de que me notificaran eso en mi día 44 de aislamiento. Pero aun así solo sentí susto por mi mamá y mi hermano, que viven conmigo y me han cuidado incansablemente, pero no por mí. Fue raro eso, en una persona tan ansiosa, pero después del diagnóstico empecé a verme rodeada por amor infinito y por un montón de apoyo.
Personas que han estado en mi vida en distintos momentos, familiares, amigos, vecinos, me empezaron a llenar de amor y de paz. La gente empezó a rezar por mí y por mi familia, a mandarnos mensajes de ánimo, a hacer videollamadas. Fue una ola de cariño que no esperábamos y ciertamente nos quedamos con eso. Al menos sé que yo me siento infinitamente afortunada, porque hoy más que nunca sé con quienes cuento y estoy abrumada de saber que son muchísimas las personas que están ahí ya sea para preguntarme como estoy todos los días, para reírse de mi humor negro que no se ha ido, para distraerme con sus cuentos, para mandarme podcasts o canciones, etc. Soy infinitamente afortunada también porque hoy, que escribo esto (30 de abril), me siento animada y mejor. Tengo síntomas, esto es como una ruleta rusa en que cada día molesta algo distinto o no se sabe con qué intensidad molestará, pero anoche pude dormir bien y hoy no he necesitado dormir en el día. Mis médicos me han dicho todos que soy una consentida de Dios ya que una persona con mi artritis, tratamiento inmunosupresor y asma puede complicarse muy feo y muy rápido. Yo he tenido mucho malestar por momentos, pero nunca he sentido que me muero o que no puedo con esto. Solo ha sido, en mi caso, un malestar distinto, raro, más intenso y más largo, pero que he podido afrontar con mis médicos, con medicamentos necesarios, rodeada de dos de mis personas favoritas y en constante contacto con toda la gente a la que amo.
Estos 20 días de maluquera me han servido para ver que este cuerpito, roto y remendado, funciona muy bien y que tengo infinitas cosas para agradecerle. He podido suspender mi tratamiento de la artritis (por orden médica) y no he tenido malestar más allá de la inflamación y el dolor manejable, todo sea para salir lo más pronto posible de esto. Sé que mi historia ha sido compleja, y es solo en este momento que juré iba a ser desastroso, en que puedo ver que no es una historia de sufrimiento sino de gratitud y enseñanzas. Es en este momento, a pesar del aislamiento, del súper tapabocas, en que me siento más rodeada de amor que nunca y en que tengo más cosas para agradecerle que pedirle a Dios. Sé que todo estará bien, sé que estoy bien. Publicaré esto cuando me den el resultado negativo, cuando pueda decir que es otra prueba superada con éxito y sobretodo, con mucha gratitud.
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Hoy, 4 de mayo publico esto al saber que mi familia no tiene el virus y que mi segunda prueba ha salido negativa por lo que, si bien tengo síntomas todavía, solo quiero gritar que ¡MI CUERPO SUPERÓ EL COVID19!


lunes, 16 de diciembre de 2019

2019: La sanación es la única manera.

Alguna vez leí en algún lugar que hay años que hacen preguntas y hay años que responden. En este momento me gusta pensar en que lo puedo adaptar a que hay años que hacen heridas y otras que las cierran, y es que eso ha sido el 2019 para mi. Un año de sanación.
Desde hace unos años diciembre era un mes absolutamente terrorífico para mi, en el cual podía irse a la basura fácilmente todo el progreso que había hecho a nivel emocional durante los otros 11 meses. Era un mes que cargaba mucho contenido emocional, que desafortunadamente en los últimos años tomó una connotación de dolor, de vulnerabilidad, de cansancio y de frustración. Si bien esos sentimientos podían existir desde meses antes, en diciembre todo se potencializaba tal vez por el hecho de sentir esta colectividad impulsando a estar alegre, en buen tono y agradecido. Y es que durante estos últimos años simplemente no me nacía, ni tenía sentido fingir gratitud hacia el universo por una vida que cada vez me parecía más tortuosa y complicada.
Tuve unos grandes diciembres cuando pequeña, claramente ahí había mucha magia y sobretodo, nada de dolor. Luego me diagnosticaron la depresión y mis últimas 8 navidades eran en un comienzo aferrarme a todos los rituales posibles, pedir una inmensa cantidad de deseos, prender velas a lo loco, vestirme de colores especiales, todo con el pensamiento de "Este va a ser mi último año con depresión". Lo deseé hasta llorar, porque simplemente me parecía inviable tener una vida con depresión, y todos mis otros sueños pasaron a un segundo plano. No podía pensar en ser psicóloga, en tener una familia, en ayudar a alguien más teniendo una depresión. En ese momento parecía incompatible. Luego vinieron unos diciembres en los que no me permitía sentir nada más que una resignación fuerte al ver que tantos deseos y noches de oración no me curaban, que las pastillas no funcionaban del todo, que las reuniones familiares y los buenos deseos se quedaban cortos y eran desesperantes. Cada sonido de la pólvora, la cantidad de gente en las calles, las luces, la música, la felicidad generalizada eran un recordatorio segundo a segundo de que yo ya no era parte de este ritual y que cada vez estaba más lejos de volver allí.
No ayudó en nada que asociaba a diciembre con mi último intento de suicidio (31 de diciembre, 2016) y cada recorrido por esta fecha era un recordatorio del dolor que tras uno y dos años, encontraba que no se había ido del todo. Porque la vida después de un intento de suicidio es, hasta que uno le encuentra algo de sentido, una enajenación total. Yo me sentía viviendo en tiempo prestado que creía no merecer y de alguna manera ese sentimiento se aumentaba cada fin de año. Siendo un 100% honesta, esos dos últimos 31 de diciembre fueron un recorrido mental de cada hora para pensar qué hubiera podido hacer distinto para que ese día todo se hubiera acabado.
Con este caldo de cultivo mis últimos años diciembre siempre fue este mes en el que se cambiaba la medicación, en que se contemplaba la hospitalización, en que en las citas de terapia me convertía en un ser irreconocible, en el que mi familia no me desamparaba porque representaba un riesgo para mi misma.
Pero hoy me pongo a escribir esto, el 16 de diciembre de 2019, con algo distinto que es el haber encontrado algo de sanación y paz con mi pasado. Todavía soy hipersensible a los ruidos de la pólvora y me quedo muda cuando la multitud es enorme, pero este año al menos no le huyo a la gente (Aunque... En este momento debería estar en la sala de mi casa en una novena y no escribiendo esto). Creo que se debe a que este año por fin puedo decir que estoy agradecida con la forma en que está mi vida en este momento y por haber resignificado lo que es el bienestar. Y es que no es la ausencia de malestar, en las últimas 4 semanas estuve en una crisis horrorosa de subida de medicamentos otra vez para darle la bienvenida al mes, pero esta vez mi vida no se detuvo por eso. Seguí ejerciendo mi profesión, estando con amigos, aprovechando a la familia, saliendo de mi casa todos los días e intentando estar a flote. Porque eso es lo que me enseñó el 2019 y es que hay ciertas cosas que no van a cambiar por más velitas, deseos, llanto u oraciones. Esto es lo que hay, y siendo honesta, pude vivir un gran año trabajando con lo que hay, y esto abrió un camino al amor propio que nunca había transitado antes. Me pude ir sola a otro país, volví a ser autónoma en mi vida, tengo proyectos futuros que me emocionan inmensamente, volví a sentir amor y confianza por la gente y sobretodo, no me avergüenzo de mis cicatrices. Cada vez las estoy pudiendo mostrar con más valor y transparencia, cada vez me importa menos que la gente sepa las razones reales de porqué soy quien soy hoy en día. Y me siento agradecida por eso, por la gente, por el amor, por la verdad y por la reconstrucción de quien soy. Hay algunas cicatrices que no dejarán de estar, algunos días en que tal vez necesitaré tratarme con mayor paciencia, pero ya no me dan susto. Ya no me doy susto y así mismo, no siento que los demás me tengan susto.  Eso es lo que elijo este año, que no lo había hecho antes, y es elegirme a mí por encima de esa persona que me hizo tanto daño, de ese diagnostico al que hasta ahora me empiezo a acostumbrar, a esa escena autolesionándome, a todas las velitas que se quemaron en vano con deseos de cosas imposibles, a todo ese agobio por las dificultades vividas. Me elijo a mi, con la gente que me ama, con las cosas que me hacen reír, con las ilusiones, con el perdón y la sanación, y por eso este diciembre si que es uno muy especial. Que haya mucha, muchísima paz y sanación en estos días y en el año que empieza pronto.
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sábado, 15 de junio de 2019

8 lecciones al cumplir 8 años con depresión.

Hace 8 años estaba empezando mi primera crisis depresiva. Parece un mal cumpleaños o aniversario, pues creo que para nadie es un secreto lo duro que es el camino de las condiciones de salud mental. Aún así, 8 años después decido celebrar las lecciones que he tenido y que sigo adquiriendo a cada segundo de la convivencia con la depresión. Durante los primeros años cada deseo de cumpleaños, de año nuevo, de las estrellas fugaces iban dirigidos a una simple cosa: no tener depresión. Busqué todo tipo de curas y creo que lloré demasiadas lágrimas de la impotencia de ver que pasaban los días y yo seguía con depresión. Y es que no es fácil para nadie, pero menos para uno que ve como su vida se deteriora a pedacitos, entender que se puede vivir plenamente con depresión. No todo el tiempo, no estoy acá para decir mentiras y para decir que todo el camino es maravilloso. Las crisis siguen siendo tremendamente complejas y difíciles, pero creo que la clave después de 8 años es saber que todo pasa. Que el momento malo no dura para siempre, ni te define.
Después de 8 años he aprendido un montón de cosas. Pero hoy, ad portas de este cumpleaños, decido compartir las 8 lecciones más importantes que he aprendido después de 8 años con depresión.
1. Pide ayuda y acéptala agradecidamente.
La calidad de vida después de un diagnóstico depende fuertemente de poder tener un buen equipo de tratamiento, una gran red de apoyo y lo más importante de todo: Una mente abierta y un corazón dispuesto. El tratamiento no es fácil, los medicamentos tienen bastantes efectos secundarios que no son agradables, la terapia confronta, no siempre es fácil hacer ejercicio o tener una buena alimentación... Pero el tema es que yo, y estoy segura que la mayoría de personas, prefiero poder vivir una vida lo más funcional posible así sea con un par de tallas más de pantalón. Porque en este momento no hay cura para la depresión mayor crónica, y el tratamiento puede ser imperfecto, pero hay varias opciones para tener LA mejor calidad de vida posible.
2. Acepta que perderás gente.
Porque si. Perderás a las personas que piensan que sólo hay una manera de tener depresión, que sólo hay una forma de estar deprimido. Esas personas no logran entender que si bien hay generalidades, hay tantas maneras de estar deprimido como personas que están deprimidas. Para eso, siempre hay que recordar que nadie sabe lo duro de tu lucha mejor que tu mismo, ni se deben explicaciones a nadie. Además, hay que aceptar que vivir con depresión es un tema de gran complejidad y no todo el mundo quiere ni todo el mundo puede estar cerca de alguien con depresión. No es malo, es lo que hay.
3. Así mismo, conocerás gente increíble.
Al menos en mi caso, siento que nada se compara a la magnitud de las relaciones que establecí una vez pude aceptar y enfrentar la depresión. Me presenté a la vida como una persona que se adueñaba de su historia y eso atrajo gente que me quería realmente por lo que soy, con mis demonios y mis fortalezas. Al haberme visto en momentos tan oscuros, ya nada los aleja de mi lado. No son personas perfectas ni mucho menos, pero son reales, son empáticos y me apoyaron tanto en el dolor que nadie se alegra mas de mi bienestar que ellos.
4. Redefinirás lo que esperas de la vida.
Yo pasé gran parte de mi infancia milimetrando cada parte de mi plan de vida (que incluía estar casada ya básicamente y pues... no) y luego la depresión vino como un tsunami. Cuando me tocó mirar, luego de la crisis, con qué había quedado, ya no me reconstruí igual. Porque muchos detalles superficiales ya parecían absolutamente inútiles y me quedo con la importancia de lo que realmente es prioritario: estar bien y estar en paz. Ni siquiera plantearme absolutamente dichosa todos los días, porque ya sé que eso no existe. Simplemente quiero una vida con la que esté en paz, rodeada de gente y realizando actividades que me hagan bien. Ese es el fondo, la forma ya la veremos.
5. Sentir todo tan profundamente también es una ventaja.
Las personas con algún desorden depresivo hemos sentido la tristeza a un nivel descomunal, que muchas personas nunca vivirán. Al pasar esto también sentimos la alegría, el bienestar, el amor o la tranquilidad de forma mucho más profunda, más reflexiva. Además, cuando se ha pasado tanto tiempo en la oscuridad sin ver una salida, cualquier lucecita brilla más fuerte.
6. Cada día es una victoria.
8 años con 3 intentos de suicidio. E ideación suicida un montón de veces que no puedo ni hacer las cuentas. Y acá estoy, viva escribiendo esto, haciendo realidad muchos proyectos pero sobretodo: sintiéndome en paz. Y cala en el alma pensar en las segundas, terceras y cuartas oportunidades que la vida me ha dado, porque no he hecho mayor mérito para que así sea. Simplemente he sido de buenas, pero desde ahí no doy ni un día por sentado.
7. Aceptar la vida por lo que es te ahorrará mucho.
Si, en el mundo ideal no habría depresión. O al menos no me hubiera tocado la lotería genética para tener depresión toda la vida. Pero esto no es el mundo ideal, ni lo será. Es lo que hay, y hay que mirar que hacer con eso. Porque si bien la vida es de una manera, lo que hace la diferencia es cómo se enfrenta uno a las condiciones de juego. Con la depresión o uno remonta el tema para vivir la mejor vida, o deja a la depresión ganar lo que termina de manera frecuente en un suicidio. ¿Cuál va a ser tu historia?
....
Hay gente que la tiene mucho peor, y no hablo del típico caso de personas en otros continentes. Hablo de pacientes con condiciones de salud mental. Por eso se ha creado una especie de jerarquía, en que la gente te responde "Bueno, al menos no es una esquizofrenia". Y claro que yo sé que no es una esquizofrenia. Y claro que yo sé que la gente con esquizofrenia la pasa mal. Pero yo, con mi "poca cosa" de depresión también lo paso mal, y mi dolor es válido. El dolor de todo el mundo es válido más allá de si hay 100 mejores o 100 peores. Esto no es una competencia ni un ranking. Es una lucha de día a día.
Escribo esto porque hay miles de personas diagnosticadas a diario con depresión y nadie está exento a ser una estadística más. Y el camino es complicado, es difícil y da susto, pero esta comunidad de salud mental es una pequeña familia donde estamos para aprender los unos de los otros. Así que espero que mis lecciones aprendidas en el 33% de mi vida, que es lo que llevo con esta condición, le sirvan a alguien de algo. Escribo esto porque hoy estoy bien, hoy estoy estable, hoy estoy agradecida por seguir viva. Y he aprendido a querer mi depresión, pues es la maestra más jodida pero más eficaz que he tenido en 24 años. Así que felices 8 años juntas, kid. 

viernes, 3 de mayo de 2019

Todas las respuestas de Salamanca.

¿Qué puedo decir para resumir estas semanas? Creo que no hay una sola palabra para hacerlo. Hace 5 semanas, próxima a venirme para Salamanca, estaba congelada del susto. Absolutamente ansiosa, llena de todas las ideas de las cosas malas, terribles y terroríficas que podían pasar al estar en un sitio nuevo, sin mi familia, viviendo sola. Si a eso le sumamos la ansiedad social que viene con que todo el mundo estuviera absolutamente feliz y en éxtasis por esta experiencia mía, y dándome (Siempre bien intencionados) todo tipo de consejos y opiniones sobre lo que debía hacer o no hacer acá... El panorama era complejo.
Además, mi último mes en Bogotá se vio condicionado por una condición de salud física (Que no voy a entrar a discutir acá ahora porque hay muchas arandelas, porque no lo vale, y porque francamente en este momento no me interesa al no tener nada que ver con mis condiciones crónicas o de salud mental) que hizo que estuviera con la cabeza un poco indecisa entre si viajaba o no. Que si bien nunca se canceló el viaje, no tenía la mente en ese momento para pensar en todo lo que implicaría venirme para acá pues estaba más atenta de todo lo que estaba pasando en ese momento con mi cuerpo y mis exámenes y demás. Y en cuestión de una semana fue "Todo bien por ahora, puedes viajar", despedidas de la gente cercana, hacer maleta y creo que 8 días de un constante pánico por el inminente viaje de avión.


Así que de esa forma llegué a una hermosa ciudad, que amo y en la cual me siento en casa como en ninguna, que me recibió con temperaturas de 4 grados porque así es la vida. Porque estaba haciendo muy buen clima, llegué yo y llegó el frente frío que lo hace todo más deprimente, que hace que las articulaciones duela más, que lo hace a uno querer quedarse en la casa todo el día (cosa que prometí solemnemente a mi psicóloga, psiquiatra y familia que no haría). Y fue difícil.
La cuña publicitaria: Todas las personas con las que he hablado de temas de salud mental (Sea de su camino o del mío), o que me hayan leído porque el mismo título del blog lo indica, es que mi fin para contar las cosas es que la gente vea que se puede vivir con temas de salud. No a pesar de los temas, porque la idea no es negarlos. Es apropiarlos. Es aceptarlos. Es aprender de ellos y vivir con ellos. Tampoco vivir por ellos, ni para ellos. Que sean una condición mas, una arandela más de la vida (que tiene montones para todo el mundo) y ya está. Es lo que hay y se sigue para adelante. Pero nunca lo había interiorizado tanto como ahorita. 

Porque vivir sola significa que nadie cuida de mi salud mental sino yo. Que puedo hacer lo que quiera con los cuchillos o cuando salga a la calle. Que puedo decir mentiras y quedarme encerrada todo el día. Que si no me da hambre nadie me obliga a comer. Que tengo una bolsa llena del montonón de pastillas para estas 6 semanas y si quisiera me las podría tomar de un tirón. Y está en mí si hacer todo eso y más o si no hacerlo. Esa es la verdadera prueba de fuego. Ha habido muchas más pruebas de las que me hubiera gustado, pero siempre en cada prueba estaba acompañada. Tenía a mi mamá y a mi hermano en la misma casa supervisándome, a mi papá muy cerquita, y pues finalmente estaba en mi casa cuidada.
Y vivir en otro país no significa que todo mágicamente se cure. Porque como he repetido una y otra y otra vez, son condiciones médicas, biológicas y en mi caso de aquí en adelante. Que no se quitan por estar en un país europeo, por vivir sola, por comer jamón serrano, o por estar en la ciudad más preciosa del mundo caminando todo el día. Existen, están y seguirán estando. Han estado además, presentes. El tobillo con la artritis. La ansiedad en cada medio de transporte, más si tiene mucha gente, más si no lo conozco. Y la depresión en este cansancio, en dormir hasta las 11.30 y levantarte sin hambre y con ganas de no bañarte ni pararte de la cama ni dar señales de vida. Ha habido crisis en que no sé que hago acá, en que además de los temas que dije antes pues te tienes que levantar a hacer la comida, a arreglar la casa, a sacar la basura, a estudiar y a responder por los trabajos en los que te has comprometido. Porque así haya más o menos responsabilidades, la vida así como la crisis, sigue.
Pero, y acá está lo maravilloso de estas semanas y con lo que me quedo y básicamente la razón para haber escrito este montón de palabras, uno la logra. Y por más fuerte que se sienta la tristeza, te levantas y comes al menos una vez al día. Y sales a que te dé el sol y a ver pasar gente y a oír música mientras te distraes. De repente, de manera maravillosa, no estás tan mal. Porque sales a cruzar la calle y no te dan ganas de tirarte a los carros, así el malestar sea gigante y así no haya nadie agarrándote la mano. Sino que simplemente decides que la vida vale la pena vivirla, y que puedes hacerlo por más dolor y tristeza y ansiedad que haya.
Te montas al metro de Madrid, repletísimo de gente, muy poco espacio y empiezas a sentir que te desmayas. Te falta el aire, se te eriza todo de pensar en como están de cerca las personas que te rodean y claramente te acuerdas de todos los accidentes, atentados y demás. Todo te da vueltas y sientes ligera la cabeza y te pasa eso que sientes que tu vida es una película que estás viendo desde afuera de la cual tu eres solamente una espectadora. Tienes que salir, sentarte, sentir el aire. Comprar una botella de agua fría para distraer las manos porque no sabes cuándo ni como te las empezaste a pellizcar de la ansiedad. Cuentas tus respiraciones y empiezas a pensar en lo que ves, en lo que oyes, en lo que sientes. Y te das cuenta que el cielo está precioso, que está haciendo sol por fin, y que quieres seguir recorriendo.


Y así, muchas anécdotas e historias que terminan en lo que solo podría resumir con "Ser feliz es darse cuenta". Porque si, es darse cuenta de lo bueno aún cuando hay cosas incómodas. Es darse cuenta lo bonito que es estar vivo y esperar seguir vivo muchas décadas más aún cuando éstas impliquen tomar pastillas, ir a terapia, tener buenas y malas temporadas, las crisis que nunca faltan y seguir cumpliendo años y años con mis preciosos diagnósticos (que ya en junio son 8 con depresión, a ver si le hago una fiesta). Es darse cuenta que todo pasa y que la vida (Gracias a Dios y al cielo) sigue. Hace 3 años tuve la crisis más tremenda y hubiera sido, en ese momento, absolutamente impensable que estuviera hoy donde estoy. Me ha tomado muchísimo trabajo salir y si bien es un esfuerzo que se hace todos los días a cada momento, es la elección más bonita que he tomado. La recuperación y apostar por la vida ha sido mi mejor decisión y mi mayor suerte. Que creo que es lo que me interesa que se quede con las personas que han estado o están en crisis en este momento y es que la vida siempre tendrá una salida mucho mejor a morirse. Ya llegará el momento de hacer la maestría, de buscar el trabajo, de ser un adulto hecho y derecho y responsable. Lo primero será siempre preservar la vida, la esperanza y el resto de cosas irán cayendo en su lugar. Me quedo con la gente bonita que me ha acompañado estas semanas, con las amistades que se han reforzado, con los que tienen pedacitos de mi corazón en Bogotá y me lo han hecho saber pero sobretodo, me quedo con el crecimiento como persona que estas semanas me han dado. Que no debería decirlo, porque técnicamente lo que me trae a Salamanca es su maravillosa academia de la cual soy una orgullosisíma estudiante. Pero creo que a la larga me quedo con la fuerza que me he demostrado a mi misma, por todos esos pequeños actos de autocuidado que me han demostrado que me quiero un MONTÓN más de lo que pensaba, por lo ilusionada que me siento con mi vida, por las millas recorridas en aceptación de la depresión y la ansiedad, porque no dejo que mi vida me la frene nada, por poder tomarme momentos para cuidar mi espiritualidad en misa rodeada de gente mayor que no se explica muy bien que hago en una iglesia tan devota de una Santa de hace 5 siglos, por las largas caminatas y el freno que me he tenido que poner porque a fin de cuentas a la artritis no le gusta sentirse olvidada, por reírme en la calle mientras cruzo calles como si fuera el mayor de los triunfos del universo, porque para mí lo es.

Por más negro que se vea el panorama, y así tome años (como me lo ha tomado a mí) lo vale por sentarse en tu ciudad más amada a ver el cielo azul y comerse un chocolate pensando "Qué afortunada que soy". O sentarte a pasar tu crisis, a llorar una hora en la tumba de tu Santa patrona y salir renovada. O alegrarte porque logras lavar un cuchillo y no pensar en nada más que en lavar el cuchillo. En estas ya casi 6 semanas que se cumplen me he vuelto a sentir afortunada por vivir, por vivir MI VIDA. Por mis historias alegres, por las dolorosas, por los momentos de los que ya no me avergüenzo, por mis cicatrices que cada vez están mas sanadas, por mi cuerpo que necesita medicamentos pero que me funciona perfectamente para lo que necesito. Me siento afortunada de ser yo, gracias a la magia de Salamanca, y con eso me quedo.

miércoles, 6 de febrero de 2019

"Just" suicidal thoughts.



Hi there,


I’m Mariana, and I have frequent thoughts about suicide and ending my life but… (Plot twist) I don’t really have the desire to do so, neither do I have an elaborate plan to take those thoughts into action. I just think about suicide in a much frequent and intense way than most of the people do. Spooky, right? Let me try to explain this.

I must say that my many, many attempts of explaining this “condition” are not clear or complex enough, because I don’t truly comprehend the extent of this situation. It’s certainly not easy to admit, and much harder to live with the fact that suicidal thoughts are intrusive visitors to my mind. Because we are used to link, in the case of suicide and self harm, that a thought or an idea are directly related to a particular action. If someone dies by suicide, one of the first question people ask is “But they thought or talked about suicide before?”. If there’s an affirmative action, things make sense. If not, the situation (as hard as it is by itself) is much, much harder to digest.

Over the past 8 years of living with chronic depression, I’ve found myself in desperate scenarios in which death is the absolute best answer. Because life feels way too heavy, things are absolutely overwhelming and the road ahead seems like a black pitch. And I’ve had thoughts that lead into actions, thank God they’ve never had fatal consequences. But that isn’t the scenario I’m discussing, because (as painful as it sounds) that’s the scenario we are most used to face when it comes to suicide.

I’m talking about the ideas. The thoughts. The mere state of mind. The what if and how to and is it possible. The mere mind games that haven’t been taken into a tangible reality and probably never will.

And I’ve realized that since forever, I’ve had those. I’ve stood on the edge of the Eiffel Tower as an 8 year old to wonder “What would it feel to end it all here and just fall down towards the ground?” I’ve stood on the kitchen while cooking and saw all those knifes and thought… you know how this sentence goes. I’ve heard cases (way too much, way too often) about how people died by suicide and immediately thought about how I could’ve done it. But I’ve just recently started talking about it, because it felt (andsometimes still feels) like something is broken with me, that I’m a walking, breathing danger. How do you explain to people that you can still do you daily activities, that you can still accomplish stuff while having these suicidal thoughts in the background, like the music in an elevator? Thanks to an amazing and extensive therapy work I’ve learned how to monitor myself in order to differentiate which thoughts can lead to a potential danger, and which are just thoughts who will remain as that: thoughts inside my head. And I know, I feel it, when I’m in a dangerous territory and when I’m safe and sound. But how do you explain that to others? How do you remain honest about your pain and your journey without alarming them?

Because I’ve been doing this so much, from way back, that I’m used to it being part of my reality. I’ve never thought it could be possible, but you kind of accept that you have frequent suicidal thoughts that don’t come into a plan, or that if it wasn’t for therapy, wouldn’t even be discussed. I don’t have them 24-7 all year around. They just come and go, like that family member you certainly don’t like but are forced to see every now and then, so you put on your big girl pants and deal with them in the kindest way possible. Because you know than rather sooner than later they’ll be gone, but you’ll run with them again some time in the near future so you can’t just act upon your hate towards them.

I cannot act upon my hate and fear of having suicidal thoughts. Because I know that would make life basically impossible. Because I’m way too aware of the consequences it would bring. No one likes living this way and quite frankly, it doesn’t make even the slightest sense: thinking about suicide while still being excited and enthused about life and the future sounds like something that does not compute. But it’s a reality and I know I’m not the only one who feels it. You just have to know that as these thoughts came, they’ll go away. You can’t live with the fear of when are they coming back. The people who freak about when you tell them what’s on your mind? They are just as afraid as you are, they care about you and you have to understand the stakes we are talking about when suicide is brought up to the table. And most importantly, you have to keep in mind that not every single thought, not every idea represents a reality. The mind is a tricky liar, and life goes beyond it.

El 2020: Caos, incertidumbre y cosas que no hemos perdido.

 En estos tiempos de incertidumbre, hemos podido ver que nuestra salud mental y física han sufrido bastante por distintos motivos. Esta sema...