martes, 20 de febrero de 2018

Lo que más importa.


Y entonces lo descubrí. Creo que ya sé, después de haber escrito mucho, de hacer bastantes borradores y de tener ideas desordenadas, qué es lo más importante a nivel de salud mental, y cuál ha sido la lección más importante que refresco con cada experiencia.
Lo importante es estar. Es valorar. Es amar. Suena absolutamente trillado, lo sé. Con esto no estoy demeritando el trabajo de profesionales de salud mental, yo soy una profesional de salud mental. No estoy minimizando la importancia del tratamiento en sus inmensas variaciones: farmacológico, nutricional, religioso/espiritual, ejercicio, ocupaciones, buen descanso, etc
Pero, ¿cuántas veces el primer grito de ayuda, cuántas veces el primer paso que da la gente es hablarle a su mejor amigo, a su hermano, a su primo, a su padre, diciéndole que algo no está bien? Y, ¿cuántas miles de veces más esos llamados son ignorados por esa persona por cuestiones de tiempo, de disponibilidad o de simple interés?
Si, es difícil. Y si, es complejo. Y si, carajo digámoslo en voz alta, es hasta tedioso estar ahí en ciertos momentos. No es fácil que alguien llegue a compartir sus cargas, cuando uno tiene las propias y otras más. No es el plan deseado, y ciertamente lleva a que uno se sienta impotente, sobrecargado, inútil. O incluso tan lleno de responsabilidad, que desaparecemos porque eso es demasiado para nosotros. Si ni siquiera podemos velar enteramente por nuestra salud mental, si a decir verdad tenemos tantísimos errores, si nuestra vida tiene partes oscuras y secretos que no confesamos nunca, ¿Por qué alguien más creería que podemos ayudarle con su dolor, con su vida, con sus enrredos?
Visto así, que nadie diga nada y nosotros por nuestra parte no oiremos nada: dejaremos esas invitaciones para vernos en pendientes eternos, mensajes por todas las redes en visto y llamadas perdidas infinitas.
Y tiene sentido. Porque es difícil preocuparnos por el otro, es difícil sentir con el otro, es difícil amar al otro. Pero tantas veces en este campo, de paciente y de profesional, uno se encuentra con gente que lo único que pedía era eso: que sus papás le pusieran atención, que su hermano o hermana los oyeran, que sus amigos no los abandonaran. Muchas veces lo único que las personas pedían y necesitaban en un momento era amor, puro amor. No buscaban a alguien que les solucionara las crisis, ni a alguien que los curara mágicamente, sino a alguien que los amara incondicionalmente y les mostrara porqué valía la pena vivir a pesar del dolor de despertarse cada mañana, a pesar de lo desalentador del futuro, a pesar de lo difícil que se había vuelto estar en el mundo.
Psicólogos, psiquiatras y demás profesionales son eso, profesionales y (por más de que yo ame y adore a los míos), se encuentran fácilmente. Pero un amigo, un familiar que este dispuesto a oírlo a uno, a quererlo, a abrazarlo, a consolarlo en silencio... Eso sí es raro. Y al final del día, en plena crisis, son ellos los que lo aferran a uno a la vida, los que le demuestran a uno que estar acá lo vale. Porque si, vivir con una condición mental es de valientes. Pero amar a alguien con una condición mental, es muchísimo más.
Todo esto con el único fin de: las personas solemos buscar a alguien para contarle cuando todo va mal, cuando presentimos que las cosas se fueron al carajo y para tener la carga compartida que de cierta forma será más llevadera. La próxima vez que alguien tenga el coraje de buscarlo para contarle algo, para pedir su ayuda, su cariño o su sino compañía valórelo. Sea una buena persona, genuinamente, porque estar ahí para alguien podría salvarle la vida o hacerle al menos el caminado muchísimo más amable. Sí, puede ser agotador. Pero le garantizo que no tendrá un cariño más sincero que el de alguien a quien Ud amó cuando ellos no se amaban a sí mismos.

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