lunes, 31 de julio de 2017

Dear Beatles: thank you.

I've always loved The Beatles. My parents liked them and my brother became obsessed with them at a very young age so I started listening to them. They were catchy.
I remember the first song I loved was “Twist and shout “, when I was like 9. And I used to sing it out loud and dance like no one was watching. It made me happy.

I started listening to others, I discovered “Let it be” and how beautiful it was to just leave life take its own course. I heard “Something” and I decided it was the most romantic song ever, and that the day that someone felt that way about me, he would be the one. With “Eleanor Rigby” and “While my guitar gently weeps” I understood the term hauntingly beautiful at the fullest.
When illnesses of diverse type approach to my life, I listened to “Blackbird” and as a lullaby, it made me sleep in a way that I could forget my physical pain, my psychological struggle, the captivity I felt in life. I felt free, and I started seeing the beauty in the “broken wings”.

When depression made me felt absolutely uncertain about the future and I couldn’t manage to face a better tomorrow, I closed my eyes and listened to “Here comes the sun”, and I felt it would be better. That the sun would come, and that it’ll be alright. Eventually everything would be alright.
When I felt good and I was okay with the idea of life beyond my control, I played “Across the universe”, and I went with the flow.

In those deepest, darkest moments, I would think about how I would love to have “In my life” to be my song in my funeral. Then, I remember I needed to be alive because someday, I hope to be the greatest mom alive to girl who will be named Lucía, and I would sing to her “Lucy in the sky with diamonds”. Every time I hear it since the moment, I get chills and something in my body tells me “You have to be here so you can sing to Lucy her lullaby”.
With “If I fell” and “Hide your love away”, I was able to believe in love, real, pure, problematic love after my father left my house.
"Golden Slumbers/ Carry that Weight/ The end" was the first song I hear before I was diagnosed with chronical depression, and as I cried my eyes out as I saw that my life plans had been altered for ever, I understood it could be faced with grace, love, dignity and acceptance. And that everything, as always, was going to be alright. 

“With a little help from my friends” made me realize that even though I’m a loner and tend to isolate, I’ve got to thank those real ones who’ve stuck with me through thick and thin.
And even if it was in their post Beatles times, “Imagine” is the absolute song to anyone who’s lost faith in humanity. And “Maybe I’m amazed” or “My valentine” convince me every time I play them that true love exists and it’s out there.
Today I went to a tribute band concert. And I sang them all. I cried. I laughed. I reconnected with myself. After a horrid week of many physical symptoms of arthritis and way too much suicide ideation and tears, I felt alive. And which each song, I could be reminded of what it meant. Of the good. Of the bad. Of the fact that I was still alive, there, listening to those beautiful melodies. And I understood that The fab four, those boys from Liverpool with funny haircuts, have saved my life. Have made it better. Have given me reason to keep on living and fighting… Thanks to them I have hopes, dreams, plans. I believe in love again and my diseases don’t seem so bad.

Thank you John, Paul, George and Ringo (My fave ♡) for all. I’ll be in debt with you for ever. You not only changed my life. You gave me life.

lunes, 24 de julio de 2017

El dolor y el sufrimiento.

Estos días he estado leyendo "El libro de la alegría", que es básicamente una recopilación de las conversaciones del Dalai Lama, con Desmond Tutu y Douglas Abraham acerca de muchas cosas. Asumo, por lo que he leído hasta ahora, que se llegará a la raíz que la alegría, pero en el punto en que voy se habla del sufrimiento.
Y es interesante, ver que personas con contextos distintos, religiones diversas, historias particulares pero que comparten este título intangible de ser de las personas más sabias del momento, tienen muchos puntos en común. Uno de estos, que justo estaba ojeando hace unos días es acerca de la inevitabilidad del dolor, de las cosas que hacen que el alma se parta en pedacitos. Pero justo ahí, en lo inevitable, parece estar la clave del asunto. Porque a pesar de esto, todos huímos de lo que nos duele, lo evitamos, nos escondemos. Cambiamos de país, de número de celular, de grupo social, tomamos pastillas, buscamos incesantemente curas y remedios, o al menos paliativos, para que nada duela. Y cuando inevitablemente, porque es así, llega algo que nos duele, que cala en el alma, nos sentimos absolutamente miserables y solos en un mundo, en el cual según nuestra percepción de ese momento, nadie experimenta el mismo dolor que uno. Nada ni nadie es o sería capaz de entender el grado de nuestro sufrimiento, de nuestra tragedia, de nuestra decepción.
Y hasta cierto punto, no hay palabras o equiparamientos de otros que valgan, no hay canciones ni películas que nos ayuden a sanar, o que al menos expliciten nuestro desazón. Digo hasta cierto punto, porque no todos los seres sentimos igual, no todas las relaciones son iguales, no todas las pérdidas tienen el mismo peso, en resumidísimas cuentas: Nadie vive la misma vida que los demás. Digo hasta cierto punto, porque todos los seres estamos "condenados" a eventos no placenteros, a pérdidas de seres queridos, a quiebras económicas, a despidos laborales, a decepciones amorosas, a enfermedades físicas o mentales, entre muchas otras cosas que pueden ser dolorosas. Finalmente, pongo "condenados" entre comillas porque no es una condena, sino la mera consecuencia de estar vivo y en interacción con cantidades de personas absolutamente distintas o sospechosamente similares, en una vida en la cual no se controla nada, ni lo más seguro que tenemos que es el nacimiento y la muerte (Es lo único fijo, pero no sabemos cómo, cuándo, por qué, dónde).


Y nos pasa que cuando compartimos con otro el sufrimiento, muchas veces pasamos al punto de la comparación, y entendemos todo mal. De eso no se trata. Tal vez, hablar con el otro nos ayuda a sanar y nos hace ver que no estamos solos en ésto. Pero ¿Comparar las reacciones?¿Equiparar lo que hemos sentido?¿Igualar lo que debemos hacer?
En la vida, cosa bonita, existen todo tipo de personas. Personas que sentimos de manera INTENSA, y cuando lo pongo con mayúsculas es que me refiero a que sentimos todo mucho. Con mucha pasión. Con mucho dolor. Con mucho de todo. Vamos de extremos a extremos y realmente es una cuestión de meterle todo el corazón, de expresarlo con todo, de hablarlo, de procesarlo extensamente. Hay personas, que cuando algo nos duele, carajo sí qué nos duele. Cuando alguien se mete en nuestro ser, sí qué se mete. Cuando amamos, Dios sabe cuánto amamos. Cosa buena, cosa jodida: Como alguien decía alguna vez "Sentir todo tan intensamente es una bendición y una maldición a la vez". Yo soy de esas. Si algo me importa, le meto todo. Si quiero a alguien, es hasta la muerte. Pero a la vez, si la decepción es grande, es gigante. Es cortante. Es blanco o negro, sin grises. Los míos, sentimos el sufrimiento con cada fibra de nuestro ser. Sentimos vacíos inexplicables en el alma. Lloramos hasta creer que no tenemos más lágrimas, y aún ahí, aparecen más. Pero no todo es malo... Cuándo amamos, juemadre, sí que amamos. Apasionadamente. Con todo. Apostándole todo lo que tenemos. A viva voz. Y cuándo estamos alegres, cuando la vida se vuelve un poco más tranquila (Por la intensidad en la que sentimos) pues es un paso enorme, gigantesco, significativo, que alardeamos por lo alto.
Hay otros para quienes es más fácil desprenderse de los temas, no involucrarse tanto, dejar ir fácilmente, no tomar todo a pecho. Asumo que para ellos también su forma de enfrentar las cosas tendrá sus beneficios y sus problemas, pero no soy así entonces no puedo decir mucho.
El punto, para mi, es que no hay una sola forma de hacer las cosas, no hay un modo correcto de enfrentar la vida. El punto es enfrentarla, aceptarla, vivirla. Sea para los que lloramos 10 días seguidos, o para los que lagrimean por 5 minutos, todos tendremos momentos difíciles. Y creo que lo único absolutamente generalizable es que, todos, debemos aceptar el dolor, el sufrimiento, la decepción. Tenemos que dejar de taparlo, de reemplazarlo, de permitirnos sentir única y exclusivamente cosas positivas y alegres. Porque lo malo del dolor, es que tiene que ser sentido y realmente vivido, para que se vaya.
Eso es estar vivo. Es permitirse sentir. Creo que todos, más que nada los que hemos sentido una emoción con particular duración o intensidad, le tememos a sentir y más aun a sentir aquello displacentero. Pero la vida es la mezcla de aquello agradable y aquello doloroso, conviviendo, prevaleciendo uno u otro, hasta fusionándose, intercalándose. Y así es la cosa y si hay algo que he aprendido como paciente, como psicóloga, como hija, como lectora, como voluntaria, como amiga, como nieta, como hermana, como escritora es que entre más evitemos eso que nos duele, más permanece y no sé como, pero más duele.
No les voy a decir que no sufran. Sufran y suframos todo lo que hay que sufrir, lloremos y gritemos y peleemos por todo aquello que duela, pero hagámoslo. Dejemos de reprimir lo que no es placentero, solo porque no es placentero. Con esto no pretendo que todos alcancemos el nivel de iluminación del Dalai Lama. Sé que al menos en mí, las cosas que duelen seguirán doliendo de manera punzante y profunda y le seguiré peleando a la vida con cada pérdida, con cada decepción, con cada diagnóstico, con cada despedida.
Pero tengo una cosa muy clara y es que, por más que algo me duela, o por más que me importe 5 (Hay cosas que me importan un carajo, lo prometo. Sólo que hay AUN más cosas que se me meten al corazón y me apasiono y bueh...), TODO PASA. Todo, absolutamente todo en esta vida, es pasajero. El dolor tan tremendo que inunda los corazones a veces y que hace que se sienta un filo frío en la espalda con cada bocanada de aire. Pasa. Las noches en vela pensando uno que pudo haber hecho distinto con una persona que ya no está en nuestras vidas y la devorada de uñas liderada por la culpa. Pasa. La desgarradora sensación de tener que enterrar a alguien con quien hemos vivido toda nuestra existencia. Pasa. La decepción infinita y el sentirse morir en vida al saber la traición del amor de la vida. Pasa. La apretada de cabeza en desesperación con fuerza infinita deseando devolver el tiempo a antes del intento de suicidio o la autolesión. Pasa. El sonido, literalmente, a que algo se rasgó dentro de uno cuando se traiciona la confianza del ser querido. Pasa. El ver la vida ante los ojos de uno, desmoronándose, ante un diagnóstico crónico. Pasa.
Todo pasa. Y a pesar de que esos 5 minutos o 3 semanas o 5 meses de dolor intenso, sean absolutamente miserables y cada una de las fibras esté en real sufrimiento, llegará el minuto 6, la 4 semana y los 6 meses. Si ha sido algo que nos ha cambiado, caminaremos por el mundo con una cicatriz visible o invisible, con una ausencia que nadie llenará, con el corazón vuelto a pegar con hilo y aguja. Pero pasará. Con cada día, pasará. Con cada soplo de viento, pasará. Con cada cosa afortunada (Porque la vida también está llena de esas), pasará. Y cuando pase no importará si se sintió intensamente o no, si se lloraron 30000 lágrimas contadas o unas 6, si sentimos morirnos y revivir. No importará como nos permitimos sentir, sino que nos permitimos sentir.


Hay que sentirlo, para dejarlo pasar.

miércoles, 19 de julio de 2017

Mi razón para vivir tiene 6 letras.

Por distintas cosas, además de mi condición física y mental de salud, me encuentro en un momento complicado de mi vida. Mucho dolor, muchas cosas desconocidas, mucho de lo que no tengo control absoluto. Básicamente, estas últimas semanas de mi vida y las venideras, es sentarme a esperar con qué carta juega Dios cada día, y ahí si reaccionar. Porque estoy haciendo todo lo que está en mis manos, pero hay una inmensa mayoría de cosas que no puedo controlar. Y lo odio. Y me estresa.
En uno de estos episodios en que todo se junta (Porque así es la vida, no pasa 1 cosa y luego otra y así, sino que todo se junta) me vi absolutamente absorta en el dolor. No solamente por el hecho de sentirlo, no solamente por lo absolutamente incómodo que es tener dolor de algún tipo y más emocional, sino porque no sabía que hacer con él.
Es como tener una picadura en el alma que no sabes donde rascar, o más bien, como aliviarla. E incomoda, y se agranda, y se siente aquí y allá y en todas las benditas partes de tu ser corporal y no corporal. Lo juro, que hasta te invade hasta tu espacio personal. Y uno dice ¿Qué carajos hago con este dolor? Lo pinto, lo escribo, lo hablo, lo lloro y no pasa. Busco canciones que intenten reflejar lo que siento a ver si así lo libero, y nada. Miro películas y series, donde reflejan situaciones similares, pero nada.
Y tienen que entender, queridos lectores, que cuando uno ha luchado tantísimo por un mínimo de estabilidad mental y emocional, por poder funcionar apropiadamente así sea por unas horas en la cantidad mayoritaria de la semana, cualquier cosa que pueda afectar eso es un enemigo magnificado. Da susto, pánico a decir verdad, encontrarse en un ambiente donde ya no es todo cuidado para la salud de uno, sino son incendios simultáneos para apagar tanto afuera como adentro de uno, y que son absolutamente incontrolables. Entonces es un dolor agregado, todo es como una bola de dolor en el pecho que se alimenta y se agranda y te ahoga, eventualmente te ahoga.
Ese momento llegó para mí. Me ahogué y dije "No más". Y pensaba, mientras sudaba pero estaba increíblemente estática, sentada al borde de mi cama con la mirada perdida, cómo carajos se para ese dolor.
La mente, que está siempre buscando el lugar y el momento indicado para hacer su jugada maestra, me susurró de nuevo ideas de muerte. No es como si éstas se fueran, siempre están ahí como un lunar en la cara de una persona, que luego de cierto tiempo de verse al espejo todos los días, con el mismo lugar, se vuelve invisible o irrelevante. Algo así, como dicen en algún sitio de datos curiosos que leí en algún momento de mi vida, como el cerebro que bloquea la visión de la nariz propia, a pesar de que siempre esté ahí literalmente en nuestra visión. Se aprende a vivir, o a sobrevivir, a los pensamientos, las ideas, las tentaciones, y diría yo que hasta por placenteros momentos, se aprende a ignorarlo como cuando uno oye una canción por décima vez.
Pero esta vez era distinto. Porque era una respuesta (ilógica y desproporcionada) a una pregunta que me estaba haciendo. Los muertos no sienten dolor. A los muertos no les importa lo caótico de la vida, pues ya no están en ella.
Y ahí se unen, como en la premisa más básica A+B=C, tengo un dolor irremediable que no me puedo quitar del pecho y necesito arrancármelo para hacer la vida amable+ los muertos no sienten dolor ni preocupaciones= (No tengo que decirlo, confío en sus capacidades racionales).
Mientras pensaba ahí, en la misma posición, los beneficios y los contra de mi nueva idea que mi cabeza amablemente engrandecía con cada argumento, me sonó el celular. Nunca lo tengo con volumen, pero momentos antes de la rabia lo apreté y se activaron todas las funciones de sonido. Era la mamá de mi ahijado, que no tenía sentido que me llamara porque estaba fuera del país. Aún así, contesté.

Sorpresa mía cuando mi "¿Aló?" fue respondida por la maravillosa voz de mi ahijado de casi tres años. Hablamos no más de dos minutos, entre preguntas mías y sus respuestas absolutamente complejas y elaboradas que yo me esforzaba por entender. Le pregunté por si iba a montar en avión, a lo que me respondió con un "¡Si!" absolutamente emocionado, y me lo imaginé con un saltico que suele hacer cuando algo le da mucha felicidad, mientras sonríe y se le iluminan esos ojos gigantes que tiene de color indescifrable. Se despidió, y la mamá, mi madrina, me dijo "Me dijo que quería hablar contigo". Colgamos y arranqué a llorar. Creo en Dios, pero digan destino o casualidad o lo que sea, y eso me puso en el camino a mi mayor y mejor razón para estar viva. Mi ahijado.
En ese momento me levanté y cualquier idea de muerte, aunque tentadora, parecía absolutamente ridícula porque yo tengo que estar viva por él. Por mi muñeco. Por ver como aprende nuevas palabras. Por oírle sus respuestas y sus inventos. Por ver cómo se emociona ante las cosas más básicas. Por nuestras pijamadas. Por verlo jugar con mis perros. Por el simple argumento de que yo ya soy alguien que reconoce y recuerda en su vida, alguien importante en su historia, y no me puedo ir... No podría irme sabiendo que alguien tendría que explicarle que yo, por voluntad propia, no estoy para verlo crecer.



Mi ahijado ha sido la sorpresa más maravillosa de la vida. No me lo esperaba, cuando mi madrina quedó embarazada, que alguien viera en mí el potencial de nombrarme como madrina de su hija. Tenía tantas cosas, las mismas de hoy en día, que hacían que yo dijera "Yo no soy un ejemplo para nadie". Y llegó él. Hace 3 años, en una conversación casual en el carro, su mamá con unos buenos meses de embarazo me dijo que yo sería la madrina. Y me cambió la vida, porque me dio un sentido, me dio un propósito.
Desde que ese niño nació, he hecho mi mejor esfuerzo para ser su mejor ejemplo. Desafortunadamente estoy muy lejos de ser la madrina siempre alegre, pero aún en mis momentos más bajos, él venía a visitarme. Y yo no tenía que decir una palabra, para que él entendiera que algo me pasaba y se viniera a sentar o a acostar a mi lado y a pedirme que lo consintiera. Al momento que yo estaba bien anímicamente, ya volvía a ser el mismo chiquitín inquieto, que ama los carros y los superhéroes.
Ya hoy en día entiende que cuando viene, yo debo descansar un ratito. Y me deja dormir, el problema es que yo me doy cuenta cuando susurra "¡Está dormida! Shhh". Entiende que tengo muchos "Ayayays" y tengo que usar bastón, entonces me ayuda a llevarlo cuando me ve cargándolo porque dice que es muy "pesado". Si me da una crisis, inmediatamente me dice que me quiere, me abraza, se queda a mi lado y me manda besos, y empieza a hacerme caras y a sacarme la lengua hasta que me río.
Así que si, el camino es difícil, y pinta para peor. Pero creo que todos podemos encontrar una razón para estar acá, para ser mejores, para respirar cada día así el dolor intente ahogarnos. Eso hace el viaje mucho más fácil, y hace que cada esfuerzo lo valga.

En mi caso, esa razón se llama Martín.

miércoles, 5 de julio de 2017

Striving to survive.

Have you seen one of those dogs that only have 3 legs? Or bling animals? Or one of those pigeons with a broken wing? They still make a living, right? They still get out there and strive to survive, whatever that means in their environments.

Because that’s nature. Because we all have in our biology, that we need to survive no matter how hard are the conditions or if we have something different to the rest of those who surround us. And we do it.
That’s why sometimes it’s weird or not deserved to be called “brave” or worth of admiration from others when people know you fight a mental health condition. Not because it isn’t nice, don’t get me wrong. We all need some cheering up and we all need someone to remind us why we need to do what we are doing. We do. We need it. Specially when you have a poisonous mind that talks about your bad things more than anyone. But is it really brave?
I can say it’s brave to hold your head up and accept your symptoms and diagnosis in a world that constantly rejects those who are different in any way. It’s brave to fight stigma and educate. That’s brave. But having the condition per se, that’s not brave. That’s luck, or faith, or curse, or DNA, or however you want to call it.
And fighting it, isn’t brave either in the day to day. Sure, to an outsider it may seem amazing, because that’s not their reality. But when you have it, and when you know you’ll breathe every single day in this earth having a major depression chronic condition, you just do it. Not because it’s brave, or to prove someone your strength. But because you have to survive, and you do your best to do it with the tools you’ve been given.
Sure, it isn’t the same conditions as everyone else’s. Some have it easier and some have it harder. The point is that THIS is what you’ve got, and dear you have to survive. So that’s why you battle your mental health condition. That’s why you take your pills and go to the therapy and try. Try, try, try. Even one day, you get used to it. To the symptoms and the comments of the people, to the daily struggles. To the recurrent suicidal ideation and the chronic fatigue. To the side effects of the meds.
Because we are all trying, one way or another, to survive.
So don’t get me wrong. Admire the people who battle mental health conditions because in a regular story, the things you go through are unthinkable. But we are just trying our best to live life the best way we can. As the cancer patient does when he goes through quimiotherapy. Or as the cardiac patient living with a peacemaker. Or the asthmatic with her inhalers.
We are all just trying to survive. As our ancestors did. As biology demands us to. As all the species in the world.

El 2020: Caos, incertidumbre y cosas que no hemos perdido.

 En estos tiempos de incertidumbre, hemos podido ver que nuestra salud mental y física han sufrido bastante por distintos motivos. Esta sema...