miércoles, 15 de marzo de 2017

Ser psicóloga y paciente a la vez.

Yo amo la psicología, no me veo estudiando nada más ni ejerciendo algo distinto. Siempre lo he hecho, aún cuando no sabía a que se refería. Sabía que tenía algo que ver con la gente, con entenderlos, con oírlos, con ayudarlos, y que implicaba mucho contacto con los otros. Así que sonaba bien. Me acuerdo de tener 7 años y decir "Voy a ser psicóloga y pedagoga para montar un jardín infantil.", sin tener idea de qué demonios era la psicología (9 semestres después hasta ahora lo voy entendiendo, pero si me ponen a definirlo, me ahogo y no sé como poner algo tan complejo en pocas palabras). Igual, siempre supe que ahí iba a terminar. Más adelante, me hicieron pruebas de orientación profesional y daba en el clavo, humanidades como psicología o pedagogía, algo de artes y algo de literatura (Ignorado esto último hasta la creación de este blog). Vi clases de psicología en el colegio y me veía haciendo eso, aparentemente además era buena en eso así que fantástico. Pero no fue hasta que fui paciente, que me convencí de que quería ser psicóloga.
Porque conocí a mi psicóloga y un día, al mes o algo así de conocerla dije "Si algún día logro hacer sentir a un paciente como ella me hace sentir a mí , me doy por bien servida". Era una extraña que se volvió mi lugar seguro, el sitio donde yo sentía que me sentía en paz, que podía ser yo sin miedo a que me juzgaran. También el sitio donde me sacaban la piedra y me cuestionaban cosas hasta ahora incuestionables, pero todo tenía un sentido claro y yo lo veía. Y más allá de esto, mi psicóloga era (y es) una excelente persona. Después me vine a enterar lo buena que era en su tema, el reconocimiento que tiene en el país y los aportes a la disciplina, pero lo mejor era su calidad humana. Era alguien que con la mirada sabía si yo quería llorar, o si le estaba escondiendo algo, o que cuando le contaba algo profundamente doloroso, se conectaba de una manera inexplicable en palabras con mi dolor. Yo no me sentía loca, ni me sentía sola. Y eso era bonito, era nuevo, era necesario. Porque ella no solo era buena en su trabajo, sino que era buena. Era (es) un ser humano intachable. Y eso era lo que yo quería ser, lo que quiero ser, lo que sigo queriendo transmitir.
Ahí, viendo cómo le cambia la vida a un paciente con un buen psicólogo, fue que yo dije: Por acá nos vamos. Y soy enamorada de mi profesión, pero en este momento no es fácil.
Si bien los momentos difíciles y oscuros anímicamente habían estado presentes durante toda la carrera, era manejable. Y, de alguna forma que hoy parece imposible, no mezclaba mi vida personal con lo académico. Funcionaba y ya está. Luego vino toda la crisis y la historia que ya saben, y volví a mi carrera. A lo duro. A prácticas como psicóloga clínica. Y todo el mundo quedaba como en shock: Este personaje en plena recuperación e una crisis mayor de salud mental, se va a una práctica clínica. Eso como que no tiene mucho sentido, el jodido a tratar a otro jodido ¿De cuándo a acá?
Pero siempre fue mi sueño, siempre quise tener una experiencia clínica (después de que la fantasía del jardín infantil se viniera al piso, siempre me imaginé con un consultorio clínico, o sea en español: Viendo pacientes con algún grado de malestar emocional o que vienen simplemente buscando un espacio para hablar y mejorar su calidad de vida). Y con esta batalla de que la condición no me define, ni que me limitaba, pues me aventuré, sabiendo que podía ser tremendo.
Claramente no estaba lista, pero siendo sinceros ¿Hay alguien que alguna vez está listo para algo? No. La vida es enfrentarse a cosas que te dan susto, dar el salto y ver si vuelas o si te vas para el piso como una plasta. Así que salté.
Acá tengo que reconocer que no salté sola, la facultad y los profesores han sido supremamente comprensivos con mi situación de recuperación-cambio de medicamentos-restricciones, etc, y han hecho hasta lo imposible por adaptar el currículo para que el totazo no fuera tan duro, para que no viera ciertos pacientes con temáticas muy delicadas y similares a las mías, a esperar a que estuviera más estable. Eso si, la carga y la exigencia académica igual, lo que cambió fue la forma. En fondo, igual.
Y ha sido un mes y medio increíble, realmente es hermoso el trabajo con el otro, el poder estar ahí con una mirada, una palabra, con la empatía que tantos buscan pero es tan escasa hoy en día. Pero así como ha sido de lindo, ha sido complejo. No me voy a enfocar en el gasto físico (que es BASTANTE), sino en la parte de ser paciente y psicóloga a la vez. Eso choca a veces. Es como el mar, a veces tranquilo y a veces con unas olas muy agresivas que vienen y desubican todo. Y a veces uno dice "Yo quién soy para apoyar a otro si tambaleo tanto?", y así. Pero por cosas de la vida, que es maravillosa a veces, cuando uno se enfrenta con alguien que realmente está sufriendo, es un cambio de chip. Claro, se dicen cosas que a veces le revuelven a uno sus fibras, o que revolotean en la cabeza todo el día, o que te producen un bajonazo tremendo. Pero luego. En la consulta no. Eso es mágico. De haber cosas, ha habido infinidades que me recuerdan a mí, a mi historia, a los que quiero, a lo que me duele, a lo incómodo, a lo bonito. Como me dijeron alguna vez por ahí (Obviamente esta sabiduría solo podría venir de mi psicóloga) "Hay algo de uno en cada paciente que vemos". Y es cierto.
Pero ayer, en mi casa me enfrenté a una lectura de psicología de la salud que hablaba de la artritis. Si bien es algo que está en mi vida desde Diciembre, no he querido buscar mayor cosa o ir al médico para tratamiento (como debería, yo sé), porque después de recibir el diagnóstico me dio puro y físico pánico. Porque si bien tengo otras cosas por ahí, esas simplemente son incómodas en la vida diaria. Tal vez lo único que se nota es cuando tengo una crisis de dermatitis y me cubro los brazos, o cuando hago un esfuerzo grande y me ahogo. Pero de ahí no pasa. Vienen y van los síntomas. Pero yo sabía que con la artritis era distinto, sabía el pronóstico, sabía lo incapacitante, sabía las deformidades. Entonces simplemente se volvió un tema que evité hasta que la vida me lo estrelló en la cara con una lectura. Ésta hablaba de la condición "crónica y debilitante" en general: De los síntomas, de qué pasa a futuro, del pronóstico, de las afectaciones psicológicas y de cómo manejarlo (adherencia al tratamiento, manejo de depresión que aparece por los mismos síntomas y del estrés y la ansiedad,  aceptación de la condición discapacitante, de cómo afecta ésta la vida de la persona y por ende, fortalecer la red de apoyo para que le ayuden con las tareas para las que físicamente no da). Y yo dije, destrozada "Mierda, esta no puedo ser yo". Pero era yo. Claramente, yo no sé mi pronóstico, ni tengo deformadas las articulaciones, ni sé como será el tema en 5,10,15,30 años. Puede que me muera mañana y no tenga que ver cómo evoluciona la condición. Pero era yo, la psicóloga, leyendo de lo que me pasaba y me iba a pasar a mí, la paciente.
Y claro, ahí entendí una cosa que a uno como que se le olvida, y es que los psicólogos somos humanos. Todos somos humanos, más allá de la profesión que tengamos, y por ende tendremos algo que nos jode: física, emocional o socialmente. Ser psicólogo no te vacuna contra las enfermedades mentales y la somatización, ser médico no te hace inmune al cáncer o a los infartos, ser profesor no implica que no pierdas algún examen alguna vez en tu vida, ser abogado no implica que nunca te demanden. Nada. Porque somos humanos y la vida, como he repetido infinitas veces en este blog, es jodida. Y es jodida, tremenda, difícil, enrredada, compleja, inesperada y demás para todos. Sin importar tu profesión, y eso no te hace menos capaz de ejercerla.
Así que si, soy psicóloga y estoy jodida. Y si, ayudo a gente menos, igual o mas jodida que yo. Porque soy buena en lo que hago y eso es independiente de lo que haya tenido que vivir emocionalmente o del funcionamiento de mi sistema inmune o de si uso un bastón o no. Y si, seguiré viendo pacientes y leyendo casos acerca de cosas que llegan muy cerca al corazón, y no, no es ni será fácil. Porque en la vida real uno no puede separar totalmente la psicóloga de la paciente. Puede diferenciarlas, tomar distancia, entender que hay momentos y lugares para todo, y que ni ellos son yo ni yo soy ellos. Pero al fin y al cabo la misma persona que los trata y los escucha es la persona con la historia que les he contado hasta hoy y les seguiré contando. Y la que cuenta esto es la misma que los escucha a ellos, tal vez un poco más boquisucia e imprudente, pero al fin y al cabo soy la misma: sea escritora, paciente o psicóloga.

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