miércoles, 26 de abril de 2017

El suicidio y yo.

Empiezo haciendo una necesaria aclaración: Voy a hablar de mi propia experiencia con el suicidio. No voy a hablar de las series de Netflix, ni de los juegos como "La ballena azul" (el cual me indigna, me preocupa y me duele hasta lo más profundo). Por estas razones, no voy a hablar de lo que es el suicidio como un juego, como un reto de una comunidad virtual, como un proceso derivado de eventos traumáticos causados por terceros, de culpabilizar al otro por mi dolor. No lo estoy invalidando, no lo estoy negando como realidad. Cosas comparto, con cosas difiero. Pero ese no es mi caso, y éste espacio al ser dedicado A MI BATALLA, pues implica hablar de la misma. Finalmente es de la única de la cual puedo hablar con total autoridad.
Escribo en español por la simple razón que ya he escrito del suicidio en inglés, así que es el turno de que los hispanoparlantes conozcan mi posición. Nada más.

Soy consciente de lo que estoy escribiendo, creo que lo más íntimo en el lugar más público. Sé que hay gente que no está de acuerdo con esto. Pero es mi historia, mi batalla, mi catársis, mis luchas. No las de ellos. Si Ud. no está de acuerdo, no lea. Simplemente cuando se llega al nivel de compromiso con una causa, como en mi caso con la educación, conscientización y desestigmatización de salud mental, el corazón y el alma están allí. Y con el tema del suicidio, cada caso de un adolescente que fallece por juegos, cada persona que dice "El suicidio es ganas de llamar la atención", recalcan la necesidad de educar. De enseñar. De hablar. De aprender. Y a veces, la única forma de hacerlo es con el ejemplo propio. Con las narrativas de uno mismo. Con que la gente diga "Esa vieja con la que yo estudié, ella batalla con eso".

Tampoco voy a entrar en detalles específicos, por dos razones esenciales. La primera, porque creo firmemente que este es un espacio que debe motivar a la vida, a lucharla, a salir adelante. Y sé que recibir información gráfica puede ser un detonante para revivir ideas suicidas o autolesivas. Y no es la idea, si está buscando inspiración o instrucciones para hacerlo, no es el sitio. La segunda, porque ¿De qué aporta? ¿Hace diferencia decir que una persona perdió mucha sangre o que quedó sin oxígeno? ¿El método de autolesión? A mi modo de ver, no. Es morbo. Es curiosidad. Es alimentar el chisme. El punto es que vidas se pierden, gente se hace daño, familias quedan incompletas, interrogantes nacen para durar toda una eternidad. Y ese es el punto.

Decido hablar de esto por lo siguiente: Mi mejor amiga, mi compañera de camino desde hace mas de 15 años me dijo que teme perderme, que no quiere perderme nunca (haciendo referencia a la muerte). Leí eso y quedé fría. Uno, como paciente, está tan ensimismado con sus batallas, con lograrlo día a día, con monitorear el progreso, que no cae en cuenta de que los demás sufren. Y no solo sufrirán si hay una pérdida física, si uno tiene un intento. Sufren porque uno está en riesgo. Porque están alerta. Porque se preocupan. Porque quieren con todas sus ganas retenerlo a uno en este mundo, pero saben que no se pueden adentrar en nuestras cabezas y que cómo dicen por ahí "Uno no puede hacer vivir a alguien que no quiere". Y me atrevería a decir que sufren más que uno. Porque cuando se está en la lucha, la cabeza tiene un velo negro.

Si bien uno se culpa, se latiga, se tortura, se siente mal por pensar en el suicidio es más desde el bichito moralista que todos tenemos dentro. No tanto, en ciertos momentos, porque uno tenga la consciencia de lo que significa el suicidio. De la pérdida que hay. Si tu no disfrutas a plenitud tu vida, si tu no le ves salida a la cosa, si solo te sientes parado frente a una pared negra, ¿Qué de malo tendría acabar con eso?
Pero tu mejor amigo, tu familia, tu equipo no tienen el velo. Entonces ven, con claridad, todo lo que se perdería si uno tomase esa fatal decisión de dejar el camino hasta acá. Ellos ven el futuro, lo positivo del presente, las memorias placenteras del pasado, las cualidades que se tiene, el potencial... Todo lo que para uno, por una enfermedad mental (Depresión en mi caso) se omiten o pierden su valor.

Usualmente, me siento a ver fotos mías de toda mi vida. Suelo vivir mucho en el pasado, pero ese es otro tema. Y me miro a los ojos: de 1 año, de 5, de 8, de 12, de 15, de 20... Y digo ¿Dónde empezó todo esto? ¿En qué momento me desapegué de la vida?
Lastimosamente, no puedo dar cuenta de un punto de partida. Pero mis más remotos recuerdos de la infancia ya daban cuenta de cosas... Una niña de 5 años que se ponía muy, muy irritable y cerraba los ojos mientras aguantaba la respiración "Para no sentir más". Claro está que me empezaba a marear e inmediatamente abría los ojos y la boca y volvía a respirar. Una niña de unos 7 años que "por curiosidad" se ponía las manos en el cuello a ver si se podía ahorcar. Claro está, sentía una presión rara e inmediatamente quitaba las manos. Una niña de 8-9, que conoció la Torre Eiffel pues era su mayor sueño ir a París. Y que en una noche de verano, con brisa en su vestido fucsia miró para abajo y dijo "Que chévere caer... ¿Qué se sentirá caer?" Y me medio dejaba asomar, pero la tierra me atraía como un imán y me retiraba entonces.

Y escribo esto con culpa, con melancolía, con confusión, con miedo, y acepto en público por primera vez algo que he estado procesando hace mucho pero que duele aceptar... Siempre estuvo ahí. Esa fascinación con la muerte, ese deseo del riesgo, esa cosa de no estar, los daños a mí misma. Y lo peor, lo paradójico del cuento es que mi infancia fue feliz. Mis años en Salamanca son el punto más alto de mi satisfacción y alegría. Pero al mismo tiempo, tenía depresión infantil (Que me vine a enterar hace un par de meses). Desde ahí tenía crisis, picos. Y yo los vivía pero no decía nada, porque no sabía en mi inocencia que no todo el mundo era así, que no era común, que podía haber usado la ayuda. Claramente, no puedo evitar sentirme culpable. Y los que me rodean igual. Mi mamá me abría esos ojos verdes hermosos y enormes que tiene y me decía "Yo cómo no me di cuenta...". Culpa, culpa, culpa. Tal vez, en mi defensa por el silencio, relacionaba lo displacentero con lo que había que callar. Así que mejor me lo guardaba. Y nadie nunca hablaba, ni habla en la actualidad del suicidio o de la depresión, entonces ¿Cómo demonios yo debía saber que sufría de algo de cuya existencia no conocía?

Los años pasan y las emociones se volvieron más intensas, más profundas, más variables. Y ante la imposibilidad de hablar, por el susto al qué dirán, empieza uno a tener una serie de conductas. Rascarse hasta sangrar, poner la mano en un puño enterrándose las uñas, pellizcarse, golpear repetidamente algo con el nudillo hasta verlo rojo e hinchado o incluso rajado. Lo bonito, lo extraño, lo curioso, lo incomprensible para otros es que uno no se da cuenta que lo está haciendo. Hasta que ves la sangre. Hasta que la mano está entumida. Hasta que tienes las uñas marcadas. Y si, calma. Canaliza la ansiedad, el dolor. Distrae. Pero nadie advierte que eso, es una forma de auto lesionarse. Y que el hábito si no se detiene, crece, hasta el punto que ya lo haces de manera automática. Hasta que te lo señalan y aparece la culpa. "¿En qué momento me hice eso?", "Mierda, me saqué sangre.", "Que nadie lo vea." y uno se consiente la herida, con culpa, con dolor, con preocupación, con negación del monstruo que se alimenta adentro, haciéndose saber a uno mismo sin palabras que no era su intención.

Y como que todo es mucho, y mucho es muy abrumador, y muy abrumador es suficiente. La vida en un punto se vuelve algo invivible pues se siente demasiado, y solo se quiere callar en dolor. Durmiendo más, haciéndose daño, o pensando en el tan temido y anhelado suicidio. Al comienzo es inofensivo, te tomas una pastilla de más, ingieres cosas para dormir unas horitas más, miras desde los balcones para abajo, pasa un carro muy rápido cuando se está parado ( a propósito) en el borde del andén y la ventisca que deja te hace tambalear, miras fijamente una cuchilla o unas tijeras preguntándote qué tanto cortarán. Por favor, y no puedo decirlo suficiente, si es su situación: Hable con alguien, alerte. Sé que para Ud., si ha llegado a este punto, su salvación no vale nada al igual que su vida. Pero lo vale. No deje que avance más. Por favor. Porque de acá a hacerlo, es una línea absolutamente fina.

Finalmente, en un momento de impulsividad lo llevas a cabo. Haces algo para cumplir esa curiosidad que te acecha. Ves la oportunidad y la tomas.
Si Dios (en mi caso, que soy creyente) es muy grande con uno, te detiene a mitad de camino. Te enciende la alerta de supervivencia, la culpa por el dolor que sentirían los demás, o simplemente el miedo. O si lo llevas a cabo, permite que lo digas, que lo admitas, que lo asumas, así eso implica hospitalización o medidas drásticas. O también... Puede ser que por un momento de impulsividad, hasta ahí llegue la cosa.


De algo tengo certeza, siendo absolutamente honesta. Y es que cada vez que me he auto lesionado, o que he tenido un intento, luego resulto aceptando que estoy absolutamente agradecida con la vida de que no haya pasado a mayores. Esto no hace otra cosa que reafirmarme que es una forma de escape, de evitación, de frenar, un deseo por no sentir algo que en el momento parece absolutamente abrumador. Pero no es la decisión firme de terminar con la vida, como lo sería su consecuencia lógica. De otra cosa estoy segura y agradecida, y es que para mí, mi red de apoyo ha sido lo que me ha tenido acá y lo que me reafirma que vivir la vida lo vale, que las segundas oportunidades, y terceras y cuartas, son una fortuna absoluta. En mi caso, no le echo la culpa a nadie más por mis conductas, intentos e ideaciones que a mí misma, que a la condición que tengo y tendré de depresión mayor crónica. Aún con errores, con decisiones que no comparto, con peleas, mi red cercana es siempre la mejor razón para estar viva. El simple hecho de ahorrarles a ellos el dolor de enterrarme, es un gran motivante. Según mi experiencia, no son ideas que controle, que provoque, que invoque o que desee. Aparecen y la clave está en tratarlas cuando lo hacen, en dejarlas irse tal como llegaron, en no pegarse a ellas.

No intente culpabilizar al suicida, porque nadie se siente más culpable que uno mismo. El palo, la tortura, el juicio autoadministrado supera cualquier dureza de un consejo de jueces externos. En serio, esto es un infierno. Es tremendamente doloroso, caótico, inesperado, inestable e incomprensible. Por eso es, tal vez, que los que luchamos con esto SIN HABERLO ELEGIDO nos indignamos tanto cuando vemos juegos en línea que ponen a niños y adolescentes a autolesionarse y quitarse la vida, o que nos cuesta pensar en que una serie abarque la magnitud de todo esto en 13 capítulos. Porque créanme, que daríamos todo por no tener estos pensamientos, impulsos y conductas. Y créanme, no ha nada más hermoso que un día con la cabeza en paz. Así que si Ud., amado lector tiene ese privilegio y no se identifica con nada de lo que relaté antes, dese un abrazo. Su cabeza es envidiada por muchos.

 En mi caso, y hablo por mi, no son proceso de una planeación o estrategia de control y culpabilización del otro. Es más, ha requerido un trabajo arduo y permanente el hecho de poder hablar honestamente de ellas cuando aparecen, de alertar a tiempo, de comentar lo que pasa por mi cabeza. Porque odio, realmente odio, hacerle daño a los que quiero, y sé que oír esto (o leerlo) es una pequeña espinita en el corazón para los que me aman. Así que pido disculpas si es crudo, si es honesto, si es abrumador, pero así es la realidad de vivir con ideaciones suicidas, así son las historias de sobrevivientes, así es el mundo de quienes se autolesionan.

A los que lidian conmigo día a día, intentando entenderme, esto es para Uds. Nunca piensen que me quiero ir de su lado, lucho a diario por estar acá y no hay mejor motivación que su amor y apoyo. Gracias por no rendirse conmigo, incluso cuando yo misma ya lo he hecho. Los amo infinitamente y nunca será suficiente el agradecimiento.

A los que leen esto y se identifican, los admiro, los valoro, los acompaño y les prometo que su vida lo vale. Sigan acá, así como yo sigo acá para no dejarnos solos. Se merecen todo el reconocimiento del mundo y me duele que la sociedad no sea más empática como para valorar la lucha diaria.
A los que ven señales de alerta: HABLEN. Por favor. No le crean a su cabeza. Si se van, están tomando una decisión impulsiva con consecuencias permanentes, que tal vez Uds. no estarán acá para vivirlas, pero aquellos que los quieren y los rodean si. Su vida vale, yo creo en Ud., aún sin conocerlo, y le prometo que aunque los pensamientos sigan, cosas bonitas van floreciendo en el camino, y que Ud. un día cuando esté más estable va a respirar y a decir "Gracias porque hoy puedo respirar, aun cuando no quería". Hay infinitud de posibilidades para hacer de su realidad una mejor, para controlar sus síntomas, para que viva la vida que se merece, para que esté tranquilo. Búsquelas. Se las merece. Por favor. Yo creo en Ud. Yo creo en su vida.

miércoles, 19 de abril de 2017

365 días eligiendo la vida: A un año del inicio de la crisis.

Hace unos buenos días no escribo, lo que es raro en mí. He estado intentando decantar un montón de cosas, que intentaré poner de la manera más eleouente posible a continuación.
Siempre he tenido una gran memoria, es de las cosas que no sé si son una bendición o maldición. Me acuerdo de detalles aparentemente insignificantes, pero en mi se quedan clavados. Fechas, palabras, pensamientos, emociones, lugares. Una parte de mi vive en ese pasado que no deja ir, y rememora constantemente lo que fue, lo que pasó, lo que se dijo, cómo se sintió...

Digo que no sé si es una bendición o una maldición porque hace que me acuerde de cosas muy bonitas. Me acuerdo perfectamente de lo que sentí a las 3 de la mañana en un día de Octubre cuando ví la primera foto de mi ahijado, o lo que sentí la primera vez que lo cargué. Me acuerdo de como sus ojitos se movían al ver un cuadro de colores. Me acuerdo a que olía, lo que sentí la primera vez que dijo mi nombre, la primera vez que lo oí hablar y decir su edad. Me acuerdo de mis novios, de cómo empezó todo, de los detalles y regalos y cartas. Uno hasta me escribió un cuento que le pedí, en un papel rojo. Me acuerdo de cómo mi papa me cargaba encima de sus hombros mientras a mi me daba pánico pegarme con el techo entonces me inclinaba. Me acuerdo cuando le hacíamos cosquillas a mi mamá y ella las odiaba así que se ponía a llorar. Me acuerdo del momento en que recogimos a Nacho, mi primer perrito, era una bola peluda blanca comiendo mango en la cocina así que tenía el hocico y las patas de color naranja. Y era tan torpe que no podía subir o bajar escaleras. Imposible no amarlo...
Pero así mismo me acuerdo de las terminadas de mis relaciones, de todo lo que se dijo y lo que no, cómo se dijo, dónde se dijo... Me acuerdo de las épocas críticas en mi casa, de cada palabra, de cada noche sin dormir, de cada llanto de mis papás, de cada conversación con mi hermano. De todos los miedos que después fueron realidad, y la manera en que lo hicieron.

De mi camino en salud mental me acuerdo de todo al igual. De los sentimientos del comienzo, de no dejar de llorar pero pensar que era normal. De no querer salir de mi casa, de aislarme. De dormir toda el día y llorar toda la noche contra la almohada, para que nadie me oyera. De no comer, o de tener momentos de comerme el mundo en chocolates. Me acuerdo de la bioenergética a la que fui, me mando tres tarritos de gotas y un poliedro para usar en el cuello y que me balanceara un chakra (No me acuerdo hoy cuál era). Me acuerdo de los talleres de Reiki, de meditación y de no mejorar. Me acuerdo cuando por fin pedí ayuda profesional, del primer concepto de un psiquiatra de la EPS, "Trastorno mixto", de mi primera cita con mi psicóloga, de la aplicación de escalas y una entrevista con mi anterior psiquiatra que derivaron en "Depresión endógena" y medicación ahí mismo.

Avanzamos 6 años y estamos en Abril de 2017. Y me inunda de terror, felicidad, desesperanza, esperanza, angustia, nostalgia, curiosidad pensar que la primera semana de Mayo, el 5, se cumple un año desde que toqué fondo. Ese día, después de pasar un tiempo con mi papá en su casa, me disponía a coger el carro e irme a mi casa. Y cuando lo encendí, algo pasó. Mi cabeza empezó a gritar "Mátate", "Por qué no nos estrellamos contra ese muro?" "Por qué no nos chocamos con ese edificio?", "Pásate un semáforo en rojo a ver si otro carro viene rápido y te golpea", "Vamos a botarnos al vacío desde un monte o un puente". Y no solo me lo decía. Me lo mostraba. Veía imágenes de mi carro rojo, conmigo adentro herida y sin vida, hecho latas retorcidas. Manejé de una manera tan lenta como nunca lo había hecho. Entre el pánico y las ganas de callar mi cabeza (Haciéndole caso o no), con las manos sudadas aferradas al timón de cuero, llorando, con naúseas, logré llegar a mi casa. Parquee, subí y timbre. Me vio mi mamá, preguntándome por qué estaba mal. Y yo solo me eché a llorar y le repetí "Algo no está bien, algo no está bien". De lo que sigue, lo iré contando a medida que se van cumpliendo estos aniversarios que repelo desde el fondo de mi corazón.
Pero ¿Por qué pensé en esto? Por hace un año. Hace un año, para Semana Santa, viajé al mismo lugar al que fui este año. Día a día recorremos los mismos pasos que los días anteriores, pero no caemos en cuenta de esto porque estamos inmersos en una rutina. Pero cuando viajas y vuelves a sitios pasados, piensas en el antes y en el ahora. De ti. De tu historia. De como percibes la ciudad. De como te relacionas con la gente. Recorres tus pasos con nuevos pies, y en el recorrido encuentras pistas de lo que pudo pasar para llegar a donde llegaste.
Recorriendo mis pasos, había señales. Recuerdo que al montarme al avión pensé "Si se cae, no sería lo más malo del mundo". Recuerdo llorar mucho en las noches, en el día estar absolutamente irritable e intolerante. Recuerdo mi infinito cansancio. Pero también recuerdo que los síntomas que me manda mi organismo como alerta, son facilmente confundibles o explicables por n mil variables más allá de una inminente crisis depresiva. Estás cansada porque el semestre ha sido pesado, porque has caminado más de lo usual, porque trasnochas, porque madrugas, porque tienes gripa, porque hace frío, porque hace calor, porque ya han pasado 4 meses del año... Y lo mismo aplica para la irritabilidad, lo estás por el tráfico, por el ruido, por el cambio de clima, por hacer actividades que no te gustan, por haber hecho tareas, por tener la tesis encima, porque estas cansado, porque ya casi se acaba el semestre, porque te hablan, porque no lo hacen.

De alguna manera, yo era como esos residentes costeros a quienes les dicen "Tembló en X lugar, puede haber un tsunami en su hogar": Hay unos que lo asumen como realidad y se preparan, se encierran y se dan por muertos. Hay otros que tienen la certeza de que nada pasará, siguen como si nada y se sienten inmortales o inmunes. Hay otros que saben que existe el riesgo pero pensar en el riesgo no lo impedirá así que toman precauciones pero siguen con su vida en la medida de lo posible sin pensar mucho en eso. Y yo era esos 3 tipos de personas, todos al tiempo, hace un año. Sabía que podía pasar, sabía que íbamos cuesta abajo pero de alguna forma seguí yendo porque pensé que era inmune.

Y llegó el tsunami efectivamente.

Hoy, ad portas del primer aniversario solo me siento como aquellos que se sientan en frente del mar, en una playa destruida. Miran para atrás y ven pedazos de casas caídas, algunas estructuras que sobrevivieron, otras de las que no quedan huella. Ven algo reconstruido, ven algunos avances en la vida ya que vuelven a crecer las flores y los árboles después de la devastación. Y te sientas ahí, mirando el mar. Sabiendo que va a volver a actuar. Agradeciendo porque ahora esté en relativa calma. Pero con la certeza de que no es ni tu primera, ni será tu última reconstrucción. Y a pesar de saber eso, de tener maneras de estar preparados, de tener alertas y botiquines de emergencia, solo se sabrá la fuerza de la naturaleza cuando se está en medio del tsunami y cuando se ve qué dejó, qué arrastró, qué se puede salvar, en qué se empieza de cero.

Y al aniversario hay este sentimiento agridulce. Por una parte, la positiva, pasó un año y sigues acá. La sigues luchando. Tu corazón funciona. El tsunami no te ahogó a pesar de que si que lo intentó. La falta de vivienda o de recursos por su devastación te hicieron más recursivo, te sacaron un caparazón que si no hubiese sido por eso, no habrías desarrollado. Estás más solo de lo que imaginaste, pero a la vez, los que siempre prometieron estar ahí están. Así sean 5 gatos. Son 5 gatos que decidieron que tu isla, medio rota, medio hundida, cascada, sin muchas casas, con riesgo de otros desastres. Y aún así, siguen.

Lo extraño, doloroso si soy honesta, es que pasaron 365 días. Ya. Se fueron. Pasaste los últimos 365 días bajando al infierno y escalando tu subida a la tierra. Has estado a veces más allá que acá, otras parece que todo vuelve a la normalidad, y la piedra en la que te apoyabas para escalar se cae. Y tu con ella. Y vuelves a empezar. Ha habido momentos de simplemente sentarse en el infierno a ver las horas pasar. Ha habido momentos en que estás absolutamente empoderada y tomas impulso y piensas que puedes dar un salto hasta la superficie. Y te caes en el intento. Así que vas de a pocos, con ayudas que te mandan desde arriba: Cuerdas, guantes, zapatos antideslizantes, una linterna. Pero la salida es tuya. Y 365 días después estás ahí, a mitad de camino en una pequeña piedra, mirando todo lo que te queda para arriba, pero todo lo que has subido. Estás cansado, claro. Te preguntas si vale la pena seguir escalando, sabiendo todo el tiempo que toma, todo el sudor, el esfuerzo, las lágrimas, la sangre. Pero dejarte caer... Ya al menos no tiene tanto sentido, porque volviste a ver la luz y recordaste que vale la pena llegar a allá, se tomen los días que se tomen.

Hace un año mi vida cambió y sigue cambiando. Al recorrer mis pasos, ciertamente no soy la misma de hace un año. Nunca hubiera podido imaginar lo que pasó, hasta tuve que atravesarlo. Y ha sido largo, eterno, larguísimo, insoportable por momentos. 365 días de lucha. 365 de la cabeza incitando a la muerte, pero 365 eligiendo la vida. Que se vengan los próximos aniversarios, con dolor y gratitud los seguiré relatando. Y que se vengan más días, más meses, más años. Que pase todo el tiempo que deba pasar. Lo importante es seguir acá sin desfallecer.

viernes, 7 de abril de 2017

En el día mundial de la salud: ¡HABLEMOS POR FAVOR DE DEPRESIÓN!

Hoy es el día Mundial de la Salud. Para mi sorpresa, este año está dedicada a la salud mental, particularmente a la apertura y creación de espacios para hablar acerca de la depresión. Se ha hecho toda una campaña (Disponible en todas las redes sociales  de la Organización Mundial de la Salud) para hablar de la depresión en distintos momentos de la vida, en la niñez, en la adolescencia, en la adultez y en la vejez, qué hacer para prevenirla, cómo detectarla, cómo pedir ayuda, cómo vivir y ayudar a una persona que padece depresión, etc. 

No solamente eso, sino que dejan claro cómo la depresión es la principal causa de discapacidad de las personas a nivel mundial. Y nos metemos con el tema del suicidio, donde según las últimas estadísticas, una persona se va cada 40 segundos. 
Y la campaña es #LetsTalk, hablemos. Hablemos de una vez por todas de salud mental, de depresión, de suicidio.

He escrito sobre esto mil veces y lo seguiré haciendo porque ningún esfuerzo que se haga es suficiente frente a las vidas que podríamos estar salvando, las personas que luchan solas que podrían encontrar por fin en nosotros a alguien que los escuche, que los hagan sentir que no están solos, que les demuestre que con esto se puede vivir a pesar de la lucha diaria. 
Lo escribiré mil veces porque contar mi historia implica sí, que la gente me juzgue, que la gente sepa, que la gente se entere de mi intimidad. Pero también implica que docenas de personas (como me ha pasado) me busquen y me digan "Yo he pasado por esto", "Yo paso por esto", "Yo lucho con eso", "Yo estuve hospitalizado/a", "Yo me quiero matar y no se a quien decirle", "Yo pasé por esto y te digo: Se puede salir adelante". Y eso hace que todo valga la pena.

Hace poco, caí en cuenta por mis relatos y por hacer memoria un poco de mi recorrido en este mundo, que el fantasma de la depresión es algo que me ha acompañado desde muy pequeña, y que el bichito de no querer estar acá también ha rondado mi cabeza desde que tengo memoria. No sé si estoy lista para abordar el tema, pues implica un grado de aceptación gigante. Es una explicación, es un alivio, pero también genera la nostalgia de querer devolver el tiempo y verme a los 7 años, abrazarme y decirme "Todo eso que sientes y que crees que es normal y que todos piensan en la muerte y se aislan y explotan... Hay ayuda para aprender a entender porqué eres así, y te prometo que empezarás a vivir con eso de una mejor manera. Puede que ese fantasma y ese bicho nunca se vayan, pero te prometo que todo estará bien. Eres una valiente por luchar con esto, aún sin saber con lo que estás luchando y la magnitud de eso. Tu no lo elegiste, no te sientas culpable, tranquila.". Efectivamente, a pesar de que la gente se escandalice, los niños tienen depresión. Y algunos tienen ideas suicidas. Y algunos se van, o al menos lo intentan. 

Más adelante, en otra entrada, hablaré de mi experiencia con la depresión infantil. Pero por ahora les digo que si es real, y que uno tiene a la muerte rondando ahí a pesar de no entender en realidad la magnitud de lo que significa eso. 

De mi experiencia ya en la adolescencia y en la adultez, ya he hablado bastante. Lo que podría decir, es que es una lucha de no acabar. Es un dolor diario. Es una elección de cada segundo para seguir vivo y para encontrarle el romance a la batalla. Cuando yo empecé con los síntomas no busqué ayuda, pensé que era normal dormir todo el día y llorar toda la noche, perder el apetito, vivir cansada, ser absolutamente irritable y tener pensamientos catastróficos todo el día. Y dure de Junio a Octubre (2011) sin buscar ayuda... Hacia Septiembre fui a unos talleres de energías, reiki y meditación, pero ya era muy tarde. Ya había dejado que la depresión se asentara en mi y necesitaba ayuda profesional. Andrew Solomon, en su libro El Demonio de la Depresión, describe el entrar en una crisis depresiva mayor como ver un árbol al cual una enrredadera se lo come de a pocos. Empieza por abajo y cuando se da cuenta, ha tomado posesión de todo el tronco, las ramas, y se alimenta de él, debilitando lo que está abajo de eso, el árbol en sí. 

Estoy segura, de que si hubiera alzado mi voz en las primeras señales, la enrredadera no hubiera crecido tanto y no hubiera debilitado al árbol de esa manera. No sé si mi futuro, o mi presente, o mi pasado hubiese sido distinto. No sé si mi lucha hubiera cambiado de alguna manera. Pero si estoy segura de que me hubiera ahorrado muchas noches en las que me sentía loca, incomprendida, sola.
Porque al buscar ayuda no necesariamente se solucionaron todos mis problemas, la primera medicación no funcionó de la mejor manera y demás, pero si encontré un espacio seguro donde mi psicóloga me hizo sentir que estaba bien hablar de todo, hasta de esos dementores que guardaba en el ático por miedo de lo que los demás pudieran decir. Pude hablar de lo vacía que me sentía, de cómo solo lo que hacía era llorar, de la muerte, del deseo de todas las noches de no despertar a la siguiente mañana, de cómo me había aislado... 

Eso no hizo que las crisis venideras no llegaran, como los que me leen saben, vino un episodio depresivo mayor tremendamente denso en mayo del año pasado. Pero estaba medicada, estaba acompañada, tenía un equipo a quien alerté a penas aparecieron las primeras señales de que la cosa iba cuesta abajo, mi familia ya sabía entonces me apoyaron y lo más importante: Gracias a la educación sobre mi condición YO YA SABÍA a lo que me enfrentaba. Eso no lo hizo más sencillo, eso no hizo que los pensamientos de muerte se fueran, que la comida tuviera sabor, que tuviera energía o que no tuviera que aplazar mis estudios hasta volver a sentirme vida. Eso no hizo que el camino fuera de rosas, pero al menos no estaba sola, al menos estaba rodeada de profesionales quienes ya sabían mi historia y por ende el abordaje fue más sencillo. No hizo que la crisis no estuviera, pero si no fuera por ese apoyo, estoy segura que yo no estaría hoy acá escribiendo esto.

Y me inspiré, en las miles de historias de otros que pasaban o que pasaron o que pasan por lo mismo que yo, y en ellos encontré que valía la pena contar mi historia, porque así animaba a otros a hacerlo, así le daba fe en el camino a otros, así nos hacíamos compañía entre todos. 
Es un trabajo tremendamente arduo, pero todos los días agradezco tener la oportunidad de ser activista y escritora de salud mental. Porque nadie habla por miedo, pero todos tenemos a alguien (o a nosotros mismos) con esa sintomatología. Todos tenemos un familiar, un amigo, un compañero, un ex novio, que luchó contra la autolesión, o incluso contra el suicidio. Todos conocemos la historia de alguien que se fue de esa manera... Cercano o no.

En el día mundial de la Salud, dedicado a la DEPRESIÓN, los invito a dos cosas. La primera: Cuenten hasta 40. Ahí se fue alguien. Cuenten hasta 40. Ahí se fue otro. Cuenten hasta 40. Otro más. Se nos va una persona CADA 40 SEGUNDOS, y en la mayoría de casos se podría prevenir... Esa persona pudo haber tenido acompañamiento, un buen diagnóstico, medicamentos y/o psicoterapia, el poder hablar... Los que quedamos acá, los que estamos en la lucha constante, los que seguimos tenemos el deber de educar, de crear espacios para hablar, de quitar el estigma, de hacer un mundo más inclusivo, más honesto, más humano. La segunda: La depresión se puede presentar en cualquier persona, de cualquier edad, de cualquier raza, de cualquier nacionalidad, de cualquier estrato socioeconómico. Nadie está a salvo, nadie es ajeno a esto. Entonces eduquémonos todos, es un deber. Y a mis compañeros de lucha: A los que están empoderados y son activistas de la comunidad, felicitaciones, se requiere agallas. A los que luchan en secreto, por favor busquen ayuda, hablen con alguien lo más pronto posible; No es su culpa estar pasando por esto y SI tienen la posibilidad de tener una mejor calidad de vida, los admiro y no están solos. 

A todos los que han tenido depresión, o tienen, o tendran: Mi amor, admiración y apoyo eterno.
Hagamos de este mundo uno mejor en términos de salud mental. Es compromiso de todos. 

domingo, 2 de abril de 2017

Ahora, ser paciente y activista de salud mental. Darlo todo por el otro: Homenaje a Amy Bleuel.

En estos últimos días, los que me tienen en Facebook habrán visto, me dediqué a rendirle un homenaje a Amy Bleuel, fundadora del Project Semicolon, que se dedica a honrar a los sobrevivientes de intentos de suicidio, recordar a los que se han ido, y prevenir para los que tienen ideas o luchan con el tema.
Yo no sabía de Amy, de su historia (más si del proyecto) hasta esta semana. Entonces por qué el alboroto? Porque te golpea y te mueve las fibras. Como paciente y como activista.

Como paciente, si uno ha tenido alguna experiencia cercana con autolesiones o suicidio (ideaciones o intentos), cuando se oye hablar del tema le cala un frío en la espalda. Porque es el secreto mejor guardado pero que más compartimos. Y nos da duro, nos da pena, nos da tristeza, nos da culpa decir "Yo pasé/estoy pasando por esas" o mostrar sus heridas o hablar del tema. Yo lo hablo abiertamente, más a veces se me quiebra la voz cuando hablo de mis experiencias más íntimas. Uno nunca se vuelve inmune al dolor que provoca el suicidio. Nunca. Porque cada nueva víctima invoca dos pensamientos fijos en la cabeza: "Ese pude/puedo ser yo" y "Que dolor tan hijo de puta por el que tenía que estar pasando esa persona". Y estos pensamientos van teniendo sus ramificaciones con cada comentario de la sociedad diciendo que fue un acto egoísta, que no tiene presentación, que cómo va a hacer eso, que si Dios la tendrá en el cielo o la mandó para el infierno, etc. Se tejen un montón de imaginarios y juicios alrededor del suicidio de alguien que uno, a pesar de seguir vivo, se los toma a pecho.

Ahora, el escenario se complejiza cuando la persona que se va es una activista de salud mental que luchó para reducir los índices de suicidio y lanzó un proyecto fomentando el valor de la vida. Y ella se suicidó. Entonces la gente empieza a hablar, a juzgar, a recalcar la ironía con morbo de la situación, a quitarle el valor a lo que ella hizo en vida sólo por la manera en que se fue. Si el presidente de la Asociación de Cardiología o como se llame, se muere de un infarto, eso le quitaría su legado? Lo que hizo bueno o malo en vida? Eso merece reproche? Claro ahí va el tema: "pues no porque él no escogió el infarto mientras ella si decidió suicidarse". Cuantas veces hay que repetir y compartir y decir y volver a repetir que una enfermedad mental no debe ser tratada distinta a una enfermedad física? Cuántas vidas se tienen que ir para que la gente entienda que es una problemática de salud mundial? Que no es gente que quiere llamar la atención o joder la vida. No. Es gente cuya cabeza funciona distinto y tienen una condición que hace que el suicidio sea la única forma de calmar tanto dolor. Y si no lo entiende, al menos no juzgue. En el caso de Amy, luchó abiertamente contra la depresión, ansiedad, alcoholismo, ideación e intentos de suicidios previos, abusos físicos, verbales y psicológicos, bullying, y más. Y si, se nos fue. Pero quién es Ud. Para juzgar lo que es vivir por 31 años con todo este equipaje?

Digamos que no está dispuesto a pasar por alto como se murió, que ud sabría como lidiar con todo perfectamente. Acaso olvidamos que fundó un proyecto que ha salvado la vida de miles? Que con su testimonio le dio esperanza a mucha gente que la tenía perdida? Que le dio el espacio a la gente para hablar de su salud mental? Que inspiró a comunidades enteras? Que encontró en una cosa tan simple, enana y cotidiana como un punto y coma ";" el significado de que la persona decide no ponerle punto final a su historia, sino decide como va a acabar la frase y que su cuento por difícil que sea vale la pena seguirlo escribiendo?

No estoy justificando ni promoviendo el suicidio. Estoy hablando de lo tremendamente complejo que es vivir con enfermedades mentales que te susurran todo el día a toda hora que estarías mejor muerto. El estar vivo es una decisión, una elección, una lucha contra la corriente a cada segundo. Y ahí va el otro punto que lo he tocado mucho y es la responsabilidad de los activistas, escritores, fundadores de proyectos y todos los que abogamos por la salud mental, por un mundo más educado, con menor estigma, con tratamientos adecuados y disponibles, en el que se le dé el peso que merece a las condiciones psicológicas y psiquiátricas. La mayoría (todos los casos que conozco al menos) de personas que nos apasionamos por este tema es porque hemos pasado o pasamos, o alguien que amamos pasa o pasó, por un tema de salud mental importante. Son pocos los que se le meten de lleno al juego, sin haber vivido en carne propia lo que es vivir con un rótulo. Y es complejísimo.

 El balance entre ser paciente y activista, entre ser quien inspira y quien se inspira, es muy difícil de lograr porque uno juega los dos papeles a la vez. Porque incluso es la propia vivencia como paciente la que nutre el rol de activista y genera más pasión, empuje y motivos para lucharla. Pero si bien todo esto es cierto, a decidir contar su historia, uno adquiere la responsabilidad implícita de hacer algo bueno por aquellos que la leen: que se inspiren, que la luchen, que vean que hay caminos, que no se sientan solos. Yo puedo tener x cantidad de pensamientos pero nunca invitaría en un artículo a apostar por la muerte en vez de la vida. Porque una cosa es ser empáticos y ofrecer un espacio de comprensión, identificación, solidaridad y educación, y otro es decir "como todos estamos jodidos, vámonos para el hueco". Hay redes y grupos en los cuales la gente se apoya y se alimenta las conductas autolesivas, se dan tips y se felicitan por hacerlo. Lo mismo sé que existe en el caso de los desórdenes alimenticios. Pero como no manejo el tema, no tengo nada más que decir que no estoy de acuerdo con eso. Que creo que si uno tiene una voz y el poder de hablar sobre la salud mental debe ser para fines positivos.

Eso no implica que porque yo hable de la depresión y gente con el mismo diagnóstico me lea todos vamos a ser felices y escupir arcoíris y unicornios mañana. No. Implica que tal vez si, tendremos nuestros fantasmas toda la vida, pero acá seguimos luchandola, aceptando la ayuda y sabiendo que no estamos solos.

En defensa de Amy, creo que siempre invitó a la vida, a lucharla, a la recuperación, así fuera absolutamente honesta con sus batallas personales y las hiciera públicas. Amy se fue, si, pero su mensaje siempre fue que el ideal que profesa el Project Semicolon permaneciera, estuviera ella acá o no. Porque creía en la lucha, en la batalla, en que valía la pena estar acá y darse todas las oportunidades necesarias después de caer. Y creo que por eso fue una gran activista de salud mental, por eso la ausencia que deja. Porque sí luchó para dejar un mejor mundo y ayudar a todos los que pasaban por situaciones similares a la de ella; que lastimosamente nos deja pero que salvó a millones y lo seguirá haciendo así físicamente no esté presente.

Si, nosotros tenemos nuestras batallas constantes, parejas y densas. Tenemos momentos buenos, momentos fatales y alguna que otra estabilidad. Pero estamos comprometidos, al ser activistas de salud mental, con hacer un cambio que vaya más allá de nuestra historia personal. Estamos comprometidos con el dolor del otro, y dispuestos a poner nuestras intimidades al sol para que otros tengan voz y vean que existe una luz. Y sin importar como termine nuestra batalla, será una gran historia y una gran vida si dejamos lograr un mundo un poco mejor en términos de salud mental y si le calmamos, le ahorramos o le acompañamos el dolor a otro. Y si le salvamos la vida, así sea a una sola persona, ya nuestra historia pasa a segundo plano. Todo valió la pena.

Por eso, la vida de Amy valió la pena. Por eso, gracias Amy Bleuel. Por eso, nos encargamos de tener tu legado vivo y tus enseñanzas presentes. Por eso, te lloramos como comunidad de salud mental, porque se nos fue una gran activista y una paciente que lo dio todo.

El 2020: Caos, incertidumbre y cosas que no hemos perdido.

 En estos tiempos de incertidumbre, hemos podido ver que nuestra salud mental y física han sufrido bastante por distintos motivos. Esta sema...