miércoles, 19 de abril de 2017

365 días eligiendo la vida: A un año del inicio de la crisis.

Hace unos buenos días no escribo, lo que es raro en mí. He estado intentando decantar un montón de cosas, que intentaré poner de la manera más eleouente posible a continuación.
Siempre he tenido una gran memoria, es de las cosas que no sé si son una bendición o maldición. Me acuerdo de detalles aparentemente insignificantes, pero en mi se quedan clavados. Fechas, palabras, pensamientos, emociones, lugares. Una parte de mi vive en ese pasado que no deja ir, y rememora constantemente lo que fue, lo que pasó, lo que se dijo, cómo se sintió...

Digo que no sé si es una bendición o una maldición porque hace que me acuerde de cosas muy bonitas. Me acuerdo perfectamente de lo que sentí a las 3 de la mañana en un día de Octubre cuando ví la primera foto de mi ahijado, o lo que sentí la primera vez que lo cargué. Me acuerdo de como sus ojitos se movían al ver un cuadro de colores. Me acuerdo a que olía, lo que sentí la primera vez que dijo mi nombre, la primera vez que lo oí hablar y decir su edad. Me acuerdo de mis novios, de cómo empezó todo, de los detalles y regalos y cartas. Uno hasta me escribió un cuento que le pedí, en un papel rojo. Me acuerdo de cómo mi papa me cargaba encima de sus hombros mientras a mi me daba pánico pegarme con el techo entonces me inclinaba. Me acuerdo cuando le hacíamos cosquillas a mi mamá y ella las odiaba así que se ponía a llorar. Me acuerdo del momento en que recogimos a Nacho, mi primer perrito, era una bola peluda blanca comiendo mango en la cocina así que tenía el hocico y las patas de color naranja. Y era tan torpe que no podía subir o bajar escaleras. Imposible no amarlo...
Pero así mismo me acuerdo de las terminadas de mis relaciones, de todo lo que se dijo y lo que no, cómo se dijo, dónde se dijo... Me acuerdo de las épocas críticas en mi casa, de cada palabra, de cada noche sin dormir, de cada llanto de mis papás, de cada conversación con mi hermano. De todos los miedos que después fueron realidad, y la manera en que lo hicieron.

De mi camino en salud mental me acuerdo de todo al igual. De los sentimientos del comienzo, de no dejar de llorar pero pensar que era normal. De no querer salir de mi casa, de aislarme. De dormir toda el día y llorar toda la noche contra la almohada, para que nadie me oyera. De no comer, o de tener momentos de comerme el mundo en chocolates. Me acuerdo de la bioenergética a la que fui, me mando tres tarritos de gotas y un poliedro para usar en el cuello y que me balanceara un chakra (No me acuerdo hoy cuál era). Me acuerdo de los talleres de Reiki, de meditación y de no mejorar. Me acuerdo cuando por fin pedí ayuda profesional, del primer concepto de un psiquiatra de la EPS, "Trastorno mixto", de mi primera cita con mi psicóloga, de la aplicación de escalas y una entrevista con mi anterior psiquiatra que derivaron en "Depresión endógena" y medicación ahí mismo.

Avanzamos 6 años y estamos en Abril de 2017. Y me inunda de terror, felicidad, desesperanza, esperanza, angustia, nostalgia, curiosidad pensar que la primera semana de Mayo, el 5, se cumple un año desde que toqué fondo. Ese día, después de pasar un tiempo con mi papá en su casa, me disponía a coger el carro e irme a mi casa. Y cuando lo encendí, algo pasó. Mi cabeza empezó a gritar "Mátate", "Por qué no nos estrellamos contra ese muro?" "Por qué no nos chocamos con ese edificio?", "Pásate un semáforo en rojo a ver si otro carro viene rápido y te golpea", "Vamos a botarnos al vacío desde un monte o un puente". Y no solo me lo decía. Me lo mostraba. Veía imágenes de mi carro rojo, conmigo adentro herida y sin vida, hecho latas retorcidas. Manejé de una manera tan lenta como nunca lo había hecho. Entre el pánico y las ganas de callar mi cabeza (Haciéndole caso o no), con las manos sudadas aferradas al timón de cuero, llorando, con naúseas, logré llegar a mi casa. Parquee, subí y timbre. Me vio mi mamá, preguntándome por qué estaba mal. Y yo solo me eché a llorar y le repetí "Algo no está bien, algo no está bien". De lo que sigue, lo iré contando a medida que se van cumpliendo estos aniversarios que repelo desde el fondo de mi corazón.
Pero ¿Por qué pensé en esto? Por hace un año. Hace un año, para Semana Santa, viajé al mismo lugar al que fui este año. Día a día recorremos los mismos pasos que los días anteriores, pero no caemos en cuenta de esto porque estamos inmersos en una rutina. Pero cuando viajas y vuelves a sitios pasados, piensas en el antes y en el ahora. De ti. De tu historia. De como percibes la ciudad. De como te relacionas con la gente. Recorres tus pasos con nuevos pies, y en el recorrido encuentras pistas de lo que pudo pasar para llegar a donde llegaste.
Recorriendo mis pasos, había señales. Recuerdo que al montarme al avión pensé "Si se cae, no sería lo más malo del mundo". Recuerdo llorar mucho en las noches, en el día estar absolutamente irritable e intolerante. Recuerdo mi infinito cansancio. Pero también recuerdo que los síntomas que me manda mi organismo como alerta, son facilmente confundibles o explicables por n mil variables más allá de una inminente crisis depresiva. Estás cansada porque el semestre ha sido pesado, porque has caminado más de lo usual, porque trasnochas, porque madrugas, porque tienes gripa, porque hace frío, porque hace calor, porque ya han pasado 4 meses del año... Y lo mismo aplica para la irritabilidad, lo estás por el tráfico, por el ruido, por el cambio de clima, por hacer actividades que no te gustan, por haber hecho tareas, por tener la tesis encima, porque estas cansado, porque ya casi se acaba el semestre, porque te hablan, porque no lo hacen.

De alguna manera, yo era como esos residentes costeros a quienes les dicen "Tembló en X lugar, puede haber un tsunami en su hogar": Hay unos que lo asumen como realidad y se preparan, se encierran y se dan por muertos. Hay otros que tienen la certeza de que nada pasará, siguen como si nada y se sienten inmortales o inmunes. Hay otros que saben que existe el riesgo pero pensar en el riesgo no lo impedirá así que toman precauciones pero siguen con su vida en la medida de lo posible sin pensar mucho en eso. Y yo era esos 3 tipos de personas, todos al tiempo, hace un año. Sabía que podía pasar, sabía que íbamos cuesta abajo pero de alguna forma seguí yendo porque pensé que era inmune.

Y llegó el tsunami efectivamente.

Hoy, ad portas del primer aniversario solo me siento como aquellos que se sientan en frente del mar, en una playa destruida. Miran para atrás y ven pedazos de casas caídas, algunas estructuras que sobrevivieron, otras de las que no quedan huella. Ven algo reconstruido, ven algunos avances en la vida ya que vuelven a crecer las flores y los árboles después de la devastación. Y te sientas ahí, mirando el mar. Sabiendo que va a volver a actuar. Agradeciendo porque ahora esté en relativa calma. Pero con la certeza de que no es ni tu primera, ni será tu última reconstrucción. Y a pesar de saber eso, de tener maneras de estar preparados, de tener alertas y botiquines de emergencia, solo se sabrá la fuerza de la naturaleza cuando se está en medio del tsunami y cuando se ve qué dejó, qué arrastró, qué se puede salvar, en qué se empieza de cero.

Y al aniversario hay este sentimiento agridulce. Por una parte, la positiva, pasó un año y sigues acá. La sigues luchando. Tu corazón funciona. El tsunami no te ahogó a pesar de que si que lo intentó. La falta de vivienda o de recursos por su devastación te hicieron más recursivo, te sacaron un caparazón que si no hubiese sido por eso, no habrías desarrollado. Estás más solo de lo que imaginaste, pero a la vez, los que siempre prometieron estar ahí están. Así sean 5 gatos. Son 5 gatos que decidieron que tu isla, medio rota, medio hundida, cascada, sin muchas casas, con riesgo de otros desastres. Y aún así, siguen.

Lo extraño, doloroso si soy honesta, es que pasaron 365 días. Ya. Se fueron. Pasaste los últimos 365 días bajando al infierno y escalando tu subida a la tierra. Has estado a veces más allá que acá, otras parece que todo vuelve a la normalidad, y la piedra en la que te apoyabas para escalar se cae. Y tu con ella. Y vuelves a empezar. Ha habido momentos de simplemente sentarse en el infierno a ver las horas pasar. Ha habido momentos en que estás absolutamente empoderada y tomas impulso y piensas que puedes dar un salto hasta la superficie. Y te caes en el intento. Así que vas de a pocos, con ayudas que te mandan desde arriba: Cuerdas, guantes, zapatos antideslizantes, una linterna. Pero la salida es tuya. Y 365 días después estás ahí, a mitad de camino en una pequeña piedra, mirando todo lo que te queda para arriba, pero todo lo que has subido. Estás cansado, claro. Te preguntas si vale la pena seguir escalando, sabiendo todo el tiempo que toma, todo el sudor, el esfuerzo, las lágrimas, la sangre. Pero dejarte caer... Ya al menos no tiene tanto sentido, porque volviste a ver la luz y recordaste que vale la pena llegar a allá, se tomen los días que se tomen.

Hace un año mi vida cambió y sigue cambiando. Al recorrer mis pasos, ciertamente no soy la misma de hace un año. Nunca hubiera podido imaginar lo que pasó, hasta tuve que atravesarlo. Y ha sido largo, eterno, larguísimo, insoportable por momentos. 365 días de lucha. 365 de la cabeza incitando a la muerte, pero 365 eligiendo la vida. Que se vengan los próximos aniversarios, con dolor y gratitud los seguiré relatando. Y que se vengan más días, más meses, más años. Que pase todo el tiempo que deba pasar. Lo importante es seguir acá sin desfallecer.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El 2020: Caos, incertidumbre y cosas que no hemos perdido.

 En estos tiempos de incertidumbre, hemos podido ver que nuestra salud mental y física han sufrido bastante por distintos motivos. Esta sema...