miércoles, 26 de abril de 2017

El suicidio y yo.

Empiezo haciendo una necesaria aclaración: Voy a hablar de mi propia experiencia con el suicidio. No voy a hablar de las series de Netflix, ni de los juegos como "La ballena azul" (el cual me indigna, me preocupa y me duele hasta lo más profundo). Por estas razones, no voy a hablar de lo que es el suicidio como un juego, como un reto de una comunidad virtual, como un proceso derivado de eventos traumáticos causados por terceros, de culpabilizar al otro por mi dolor. No lo estoy invalidando, no lo estoy negando como realidad. Cosas comparto, con cosas difiero. Pero ese no es mi caso, y éste espacio al ser dedicado A MI BATALLA, pues implica hablar de la misma. Finalmente es de la única de la cual puedo hablar con total autoridad.
Escribo en español por la simple razón que ya he escrito del suicidio en inglés, así que es el turno de que los hispanoparlantes conozcan mi posición. Nada más.

Soy consciente de lo que estoy escribiendo, creo que lo más íntimo en el lugar más público. Sé que hay gente que no está de acuerdo con esto. Pero es mi historia, mi batalla, mi catársis, mis luchas. No las de ellos. Si Ud. no está de acuerdo, no lea. Simplemente cuando se llega al nivel de compromiso con una causa, como en mi caso con la educación, conscientización y desestigmatización de salud mental, el corazón y el alma están allí. Y con el tema del suicidio, cada caso de un adolescente que fallece por juegos, cada persona que dice "El suicidio es ganas de llamar la atención", recalcan la necesidad de educar. De enseñar. De hablar. De aprender. Y a veces, la única forma de hacerlo es con el ejemplo propio. Con las narrativas de uno mismo. Con que la gente diga "Esa vieja con la que yo estudié, ella batalla con eso".

Tampoco voy a entrar en detalles específicos, por dos razones esenciales. La primera, porque creo firmemente que este es un espacio que debe motivar a la vida, a lucharla, a salir adelante. Y sé que recibir información gráfica puede ser un detonante para revivir ideas suicidas o autolesivas. Y no es la idea, si está buscando inspiración o instrucciones para hacerlo, no es el sitio. La segunda, porque ¿De qué aporta? ¿Hace diferencia decir que una persona perdió mucha sangre o que quedó sin oxígeno? ¿El método de autolesión? A mi modo de ver, no. Es morbo. Es curiosidad. Es alimentar el chisme. El punto es que vidas se pierden, gente se hace daño, familias quedan incompletas, interrogantes nacen para durar toda una eternidad. Y ese es el punto.

Decido hablar de esto por lo siguiente: Mi mejor amiga, mi compañera de camino desde hace mas de 15 años me dijo que teme perderme, que no quiere perderme nunca (haciendo referencia a la muerte). Leí eso y quedé fría. Uno, como paciente, está tan ensimismado con sus batallas, con lograrlo día a día, con monitorear el progreso, que no cae en cuenta de que los demás sufren. Y no solo sufrirán si hay una pérdida física, si uno tiene un intento. Sufren porque uno está en riesgo. Porque están alerta. Porque se preocupan. Porque quieren con todas sus ganas retenerlo a uno en este mundo, pero saben que no se pueden adentrar en nuestras cabezas y que cómo dicen por ahí "Uno no puede hacer vivir a alguien que no quiere". Y me atrevería a decir que sufren más que uno. Porque cuando se está en la lucha, la cabeza tiene un velo negro.

Si bien uno se culpa, se latiga, se tortura, se siente mal por pensar en el suicidio es más desde el bichito moralista que todos tenemos dentro. No tanto, en ciertos momentos, porque uno tenga la consciencia de lo que significa el suicidio. De la pérdida que hay. Si tu no disfrutas a plenitud tu vida, si tu no le ves salida a la cosa, si solo te sientes parado frente a una pared negra, ¿Qué de malo tendría acabar con eso?
Pero tu mejor amigo, tu familia, tu equipo no tienen el velo. Entonces ven, con claridad, todo lo que se perdería si uno tomase esa fatal decisión de dejar el camino hasta acá. Ellos ven el futuro, lo positivo del presente, las memorias placenteras del pasado, las cualidades que se tiene, el potencial... Todo lo que para uno, por una enfermedad mental (Depresión en mi caso) se omiten o pierden su valor.

Usualmente, me siento a ver fotos mías de toda mi vida. Suelo vivir mucho en el pasado, pero ese es otro tema. Y me miro a los ojos: de 1 año, de 5, de 8, de 12, de 15, de 20... Y digo ¿Dónde empezó todo esto? ¿En qué momento me desapegué de la vida?
Lastimosamente, no puedo dar cuenta de un punto de partida. Pero mis más remotos recuerdos de la infancia ya daban cuenta de cosas... Una niña de 5 años que se ponía muy, muy irritable y cerraba los ojos mientras aguantaba la respiración "Para no sentir más". Claro está que me empezaba a marear e inmediatamente abría los ojos y la boca y volvía a respirar. Una niña de unos 7 años que "por curiosidad" se ponía las manos en el cuello a ver si se podía ahorcar. Claro está, sentía una presión rara e inmediatamente quitaba las manos. Una niña de 8-9, que conoció la Torre Eiffel pues era su mayor sueño ir a París. Y que en una noche de verano, con brisa en su vestido fucsia miró para abajo y dijo "Que chévere caer... ¿Qué se sentirá caer?" Y me medio dejaba asomar, pero la tierra me atraía como un imán y me retiraba entonces.

Y escribo esto con culpa, con melancolía, con confusión, con miedo, y acepto en público por primera vez algo que he estado procesando hace mucho pero que duele aceptar... Siempre estuvo ahí. Esa fascinación con la muerte, ese deseo del riesgo, esa cosa de no estar, los daños a mí misma. Y lo peor, lo paradójico del cuento es que mi infancia fue feliz. Mis años en Salamanca son el punto más alto de mi satisfacción y alegría. Pero al mismo tiempo, tenía depresión infantil (Que me vine a enterar hace un par de meses). Desde ahí tenía crisis, picos. Y yo los vivía pero no decía nada, porque no sabía en mi inocencia que no todo el mundo era así, que no era común, que podía haber usado la ayuda. Claramente, no puedo evitar sentirme culpable. Y los que me rodean igual. Mi mamá me abría esos ojos verdes hermosos y enormes que tiene y me decía "Yo cómo no me di cuenta...". Culpa, culpa, culpa. Tal vez, en mi defensa por el silencio, relacionaba lo displacentero con lo que había que callar. Así que mejor me lo guardaba. Y nadie nunca hablaba, ni habla en la actualidad del suicidio o de la depresión, entonces ¿Cómo demonios yo debía saber que sufría de algo de cuya existencia no conocía?

Los años pasan y las emociones se volvieron más intensas, más profundas, más variables. Y ante la imposibilidad de hablar, por el susto al qué dirán, empieza uno a tener una serie de conductas. Rascarse hasta sangrar, poner la mano en un puño enterrándose las uñas, pellizcarse, golpear repetidamente algo con el nudillo hasta verlo rojo e hinchado o incluso rajado. Lo bonito, lo extraño, lo curioso, lo incomprensible para otros es que uno no se da cuenta que lo está haciendo. Hasta que ves la sangre. Hasta que la mano está entumida. Hasta que tienes las uñas marcadas. Y si, calma. Canaliza la ansiedad, el dolor. Distrae. Pero nadie advierte que eso, es una forma de auto lesionarse. Y que el hábito si no se detiene, crece, hasta el punto que ya lo haces de manera automática. Hasta que te lo señalan y aparece la culpa. "¿En qué momento me hice eso?", "Mierda, me saqué sangre.", "Que nadie lo vea." y uno se consiente la herida, con culpa, con dolor, con preocupación, con negación del monstruo que se alimenta adentro, haciéndose saber a uno mismo sin palabras que no era su intención.

Y como que todo es mucho, y mucho es muy abrumador, y muy abrumador es suficiente. La vida en un punto se vuelve algo invivible pues se siente demasiado, y solo se quiere callar en dolor. Durmiendo más, haciéndose daño, o pensando en el tan temido y anhelado suicidio. Al comienzo es inofensivo, te tomas una pastilla de más, ingieres cosas para dormir unas horitas más, miras desde los balcones para abajo, pasa un carro muy rápido cuando se está parado ( a propósito) en el borde del andén y la ventisca que deja te hace tambalear, miras fijamente una cuchilla o unas tijeras preguntándote qué tanto cortarán. Por favor, y no puedo decirlo suficiente, si es su situación: Hable con alguien, alerte. Sé que para Ud., si ha llegado a este punto, su salvación no vale nada al igual que su vida. Pero lo vale. No deje que avance más. Por favor. Porque de acá a hacerlo, es una línea absolutamente fina.

Finalmente, en un momento de impulsividad lo llevas a cabo. Haces algo para cumplir esa curiosidad que te acecha. Ves la oportunidad y la tomas.
Si Dios (en mi caso, que soy creyente) es muy grande con uno, te detiene a mitad de camino. Te enciende la alerta de supervivencia, la culpa por el dolor que sentirían los demás, o simplemente el miedo. O si lo llevas a cabo, permite que lo digas, que lo admitas, que lo asumas, así eso implica hospitalización o medidas drásticas. O también... Puede ser que por un momento de impulsividad, hasta ahí llegue la cosa.


De algo tengo certeza, siendo absolutamente honesta. Y es que cada vez que me he auto lesionado, o que he tenido un intento, luego resulto aceptando que estoy absolutamente agradecida con la vida de que no haya pasado a mayores. Esto no hace otra cosa que reafirmarme que es una forma de escape, de evitación, de frenar, un deseo por no sentir algo que en el momento parece absolutamente abrumador. Pero no es la decisión firme de terminar con la vida, como lo sería su consecuencia lógica. De otra cosa estoy segura y agradecida, y es que para mí, mi red de apoyo ha sido lo que me ha tenido acá y lo que me reafirma que vivir la vida lo vale, que las segundas oportunidades, y terceras y cuartas, son una fortuna absoluta. En mi caso, no le echo la culpa a nadie más por mis conductas, intentos e ideaciones que a mí misma, que a la condición que tengo y tendré de depresión mayor crónica. Aún con errores, con decisiones que no comparto, con peleas, mi red cercana es siempre la mejor razón para estar viva. El simple hecho de ahorrarles a ellos el dolor de enterrarme, es un gran motivante. Según mi experiencia, no son ideas que controle, que provoque, que invoque o que desee. Aparecen y la clave está en tratarlas cuando lo hacen, en dejarlas irse tal como llegaron, en no pegarse a ellas.

No intente culpabilizar al suicida, porque nadie se siente más culpable que uno mismo. El palo, la tortura, el juicio autoadministrado supera cualquier dureza de un consejo de jueces externos. En serio, esto es un infierno. Es tremendamente doloroso, caótico, inesperado, inestable e incomprensible. Por eso es, tal vez, que los que luchamos con esto SIN HABERLO ELEGIDO nos indignamos tanto cuando vemos juegos en línea que ponen a niños y adolescentes a autolesionarse y quitarse la vida, o que nos cuesta pensar en que una serie abarque la magnitud de todo esto en 13 capítulos. Porque créanme, que daríamos todo por no tener estos pensamientos, impulsos y conductas. Y créanme, no ha nada más hermoso que un día con la cabeza en paz. Así que si Ud., amado lector tiene ese privilegio y no se identifica con nada de lo que relaté antes, dese un abrazo. Su cabeza es envidiada por muchos.

 En mi caso, y hablo por mi, no son proceso de una planeación o estrategia de control y culpabilización del otro. Es más, ha requerido un trabajo arduo y permanente el hecho de poder hablar honestamente de ellas cuando aparecen, de alertar a tiempo, de comentar lo que pasa por mi cabeza. Porque odio, realmente odio, hacerle daño a los que quiero, y sé que oír esto (o leerlo) es una pequeña espinita en el corazón para los que me aman. Así que pido disculpas si es crudo, si es honesto, si es abrumador, pero así es la realidad de vivir con ideaciones suicidas, así son las historias de sobrevivientes, así es el mundo de quienes se autolesionan.

A los que lidian conmigo día a día, intentando entenderme, esto es para Uds. Nunca piensen que me quiero ir de su lado, lucho a diario por estar acá y no hay mejor motivación que su amor y apoyo. Gracias por no rendirse conmigo, incluso cuando yo misma ya lo he hecho. Los amo infinitamente y nunca será suficiente el agradecimiento.

A los que leen esto y se identifican, los admiro, los valoro, los acompaño y les prometo que su vida lo vale. Sigan acá, así como yo sigo acá para no dejarnos solos. Se merecen todo el reconocimiento del mundo y me duele que la sociedad no sea más empática como para valorar la lucha diaria.
A los que ven señales de alerta: HABLEN. Por favor. No le crean a su cabeza. Si se van, están tomando una decisión impulsiva con consecuencias permanentes, que tal vez Uds. no estarán acá para vivirlas, pero aquellos que los quieren y los rodean si. Su vida vale, yo creo en Ud., aún sin conocerlo, y le prometo que aunque los pensamientos sigan, cosas bonitas van floreciendo en el camino, y que Ud. un día cuando esté más estable va a respirar y a decir "Gracias porque hoy puedo respirar, aun cuando no quería". Hay infinitud de posibilidades para hacer de su realidad una mejor, para controlar sus síntomas, para que viva la vida que se merece, para que esté tranquilo. Búsquelas. Se las merece. Por favor. Yo creo en Ud. Yo creo en su vida.

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