viernes, 3 de mayo de 2019

Todas las respuestas de Salamanca.

¿Qué puedo decir para resumir estas semanas? Creo que no hay una sola palabra para hacerlo. Hace 5 semanas, próxima a venirme para Salamanca, estaba congelada del susto. Absolutamente ansiosa, llena de todas las ideas de las cosas malas, terribles y terroríficas que podían pasar al estar en un sitio nuevo, sin mi familia, viviendo sola. Si a eso le sumamos la ansiedad social que viene con que todo el mundo estuviera absolutamente feliz y en éxtasis por esta experiencia mía, y dándome (Siempre bien intencionados) todo tipo de consejos y opiniones sobre lo que debía hacer o no hacer acá... El panorama era complejo.
Además, mi último mes en Bogotá se vio condicionado por una condición de salud física (Que no voy a entrar a discutir acá ahora porque hay muchas arandelas, porque no lo vale, y porque francamente en este momento no me interesa al no tener nada que ver con mis condiciones crónicas o de salud mental) que hizo que estuviera con la cabeza un poco indecisa entre si viajaba o no. Que si bien nunca se canceló el viaje, no tenía la mente en ese momento para pensar en todo lo que implicaría venirme para acá pues estaba más atenta de todo lo que estaba pasando en ese momento con mi cuerpo y mis exámenes y demás. Y en cuestión de una semana fue "Todo bien por ahora, puedes viajar", despedidas de la gente cercana, hacer maleta y creo que 8 días de un constante pánico por el inminente viaje de avión.


Así que de esa forma llegué a una hermosa ciudad, que amo y en la cual me siento en casa como en ninguna, que me recibió con temperaturas de 4 grados porque así es la vida. Porque estaba haciendo muy buen clima, llegué yo y llegó el frente frío que lo hace todo más deprimente, que hace que las articulaciones duela más, que lo hace a uno querer quedarse en la casa todo el día (cosa que prometí solemnemente a mi psicóloga, psiquiatra y familia que no haría). Y fue difícil.
La cuña publicitaria: Todas las personas con las que he hablado de temas de salud mental (Sea de su camino o del mío), o que me hayan leído porque el mismo título del blog lo indica, es que mi fin para contar las cosas es que la gente vea que se puede vivir con temas de salud. No a pesar de los temas, porque la idea no es negarlos. Es apropiarlos. Es aceptarlos. Es aprender de ellos y vivir con ellos. Tampoco vivir por ellos, ni para ellos. Que sean una condición mas, una arandela más de la vida (que tiene montones para todo el mundo) y ya está. Es lo que hay y se sigue para adelante. Pero nunca lo había interiorizado tanto como ahorita. 

Porque vivir sola significa que nadie cuida de mi salud mental sino yo. Que puedo hacer lo que quiera con los cuchillos o cuando salga a la calle. Que puedo decir mentiras y quedarme encerrada todo el día. Que si no me da hambre nadie me obliga a comer. Que tengo una bolsa llena del montonón de pastillas para estas 6 semanas y si quisiera me las podría tomar de un tirón. Y está en mí si hacer todo eso y más o si no hacerlo. Esa es la verdadera prueba de fuego. Ha habido muchas más pruebas de las que me hubiera gustado, pero siempre en cada prueba estaba acompañada. Tenía a mi mamá y a mi hermano en la misma casa supervisándome, a mi papá muy cerquita, y pues finalmente estaba en mi casa cuidada.
Y vivir en otro país no significa que todo mágicamente se cure. Porque como he repetido una y otra y otra vez, son condiciones médicas, biológicas y en mi caso de aquí en adelante. Que no se quitan por estar en un país europeo, por vivir sola, por comer jamón serrano, o por estar en la ciudad más preciosa del mundo caminando todo el día. Existen, están y seguirán estando. Han estado además, presentes. El tobillo con la artritis. La ansiedad en cada medio de transporte, más si tiene mucha gente, más si no lo conozco. Y la depresión en este cansancio, en dormir hasta las 11.30 y levantarte sin hambre y con ganas de no bañarte ni pararte de la cama ni dar señales de vida. Ha habido crisis en que no sé que hago acá, en que además de los temas que dije antes pues te tienes que levantar a hacer la comida, a arreglar la casa, a sacar la basura, a estudiar y a responder por los trabajos en los que te has comprometido. Porque así haya más o menos responsabilidades, la vida así como la crisis, sigue.
Pero, y acá está lo maravilloso de estas semanas y con lo que me quedo y básicamente la razón para haber escrito este montón de palabras, uno la logra. Y por más fuerte que se sienta la tristeza, te levantas y comes al menos una vez al día. Y sales a que te dé el sol y a ver pasar gente y a oír música mientras te distraes. De repente, de manera maravillosa, no estás tan mal. Porque sales a cruzar la calle y no te dan ganas de tirarte a los carros, así el malestar sea gigante y así no haya nadie agarrándote la mano. Sino que simplemente decides que la vida vale la pena vivirla, y que puedes hacerlo por más dolor y tristeza y ansiedad que haya.
Te montas al metro de Madrid, repletísimo de gente, muy poco espacio y empiezas a sentir que te desmayas. Te falta el aire, se te eriza todo de pensar en como están de cerca las personas que te rodean y claramente te acuerdas de todos los accidentes, atentados y demás. Todo te da vueltas y sientes ligera la cabeza y te pasa eso que sientes que tu vida es una película que estás viendo desde afuera de la cual tu eres solamente una espectadora. Tienes que salir, sentarte, sentir el aire. Comprar una botella de agua fría para distraer las manos porque no sabes cuándo ni como te las empezaste a pellizcar de la ansiedad. Cuentas tus respiraciones y empiezas a pensar en lo que ves, en lo que oyes, en lo que sientes. Y te das cuenta que el cielo está precioso, que está haciendo sol por fin, y que quieres seguir recorriendo.


Y así, muchas anécdotas e historias que terminan en lo que solo podría resumir con "Ser feliz es darse cuenta". Porque si, es darse cuenta de lo bueno aún cuando hay cosas incómodas. Es darse cuenta lo bonito que es estar vivo y esperar seguir vivo muchas décadas más aún cuando éstas impliquen tomar pastillas, ir a terapia, tener buenas y malas temporadas, las crisis que nunca faltan y seguir cumpliendo años y años con mis preciosos diagnósticos (que ya en junio son 8 con depresión, a ver si le hago una fiesta). Es darse cuenta que todo pasa y que la vida (Gracias a Dios y al cielo) sigue. Hace 3 años tuve la crisis más tremenda y hubiera sido, en ese momento, absolutamente impensable que estuviera hoy donde estoy. Me ha tomado muchísimo trabajo salir y si bien es un esfuerzo que se hace todos los días a cada momento, es la elección más bonita que he tomado. La recuperación y apostar por la vida ha sido mi mejor decisión y mi mayor suerte. Que creo que es lo que me interesa que se quede con las personas que han estado o están en crisis en este momento y es que la vida siempre tendrá una salida mucho mejor a morirse. Ya llegará el momento de hacer la maestría, de buscar el trabajo, de ser un adulto hecho y derecho y responsable. Lo primero será siempre preservar la vida, la esperanza y el resto de cosas irán cayendo en su lugar. Me quedo con la gente bonita que me ha acompañado estas semanas, con las amistades que se han reforzado, con los que tienen pedacitos de mi corazón en Bogotá y me lo han hecho saber pero sobretodo, me quedo con el crecimiento como persona que estas semanas me han dado. Que no debería decirlo, porque técnicamente lo que me trae a Salamanca es su maravillosa academia de la cual soy una orgullosisíma estudiante. Pero creo que a la larga me quedo con la fuerza que me he demostrado a mi misma, por todos esos pequeños actos de autocuidado que me han demostrado que me quiero un MONTÓN más de lo que pensaba, por lo ilusionada que me siento con mi vida, por las millas recorridas en aceptación de la depresión y la ansiedad, porque no dejo que mi vida me la frene nada, por poder tomarme momentos para cuidar mi espiritualidad en misa rodeada de gente mayor que no se explica muy bien que hago en una iglesia tan devota de una Santa de hace 5 siglos, por las largas caminatas y el freno que me he tenido que poner porque a fin de cuentas a la artritis no le gusta sentirse olvidada, por reírme en la calle mientras cruzo calles como si fuera el mayor de los triunfos del universo, porque para mí lo es.

Por más negro que se vea el panorama, y así tome años (como me lo ha tomado a mí) lo vale por sentarse en tu ciudad más amada a ver el cielo azul y comerse un chocolate pensando "Qué afortunada que soy". O sentarte a pasar tu crisis, a llorar una hora en la tumba de tu Santa patrona y salir renovada. O alegrarte porque logras lavar un cuchillo y no pensar en nada más que en lavar el cuchillo. En estas ya casi 6 semanas que se cumplen me he vuelto a sentir afortunada por vivir, por vivir MI VIDA. Por mis historias alegres, por las dolorosas, por los momentos de los que ya no me avergüenzo, por mis cicatrices que cada vez están mas sanadas, por mi cuerpo que necesita medicamentos pero que me funciona perfectamente para lo que necesito. Me siento afortunada de ser yo, gracias a la magia de Salamanca, y con eso me quedo.

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