martes, 15 de agosto de 2017

La sonrisa de la Mona Lisa

La sonrisa siempre ha sido uno de mis elementos característicos. Desde que soy pequeña, en la mayoría de fotos, salgo sonriendo. Incluso, mi mamá decía que la única forma de hacer que yo dejara de pelear o me contentara (Porque siempre el genio ha sido cosa seria) era sacando una cámara y pidiéndome una foto. De esa manera, yo dejaría de pelear y sonreiría. Y se me pasaba.
Me acuerdo que a mi ex novio lo que más le gustaba de mi, era mi sonrisa. Y a otro, que no sé como clasificar, le encantaba como se me arruga la nariz y se me ponen "chinitos" los ojos cada vez que me salía una carcajada.
Viendo una pared de fotos que tengo a mi lado, veo como desde los 2 o 3 años algo en todas las fotos igual: con una sonrisa, los ojos brillantes y los cachetes como dos bolitas rojas (como esos que las señoras que se ponen botox quieren y pagan tanto por tener).

Aún así, veo las fotos y me acuerdo de los primeros ataques de pánico que tuve, de la ansiedad que me hacía devorarme las uñas pensando que en las noches alguien entraría a mi cuarto, de la sensación de no tener amigas por no ser tan buena como el resto de niñas, de mi irritabilidad y deseo de estar sola, de tantas lágrimas que salían fácilmente y de otras cosas más que duelen y todavía no se dejan escribir.
Creo que solamente tengo una foto donde salgo llorando. Tenía unos 6 años y acababa de salir de una presentación donde éramos los planetas del sistema solar. Yo tenía una trusa amarilla y una especie de tutú azul. Y algo pasó, y por la cara roja llena de mocos y lágrimas, con expresión de fin del mundo, sólo puedo suponer que algo le pasó a mi disfraz.
Una sola. De miles de fotos que tengo, porque me gusta tomarme fotos y siempre me ha gustado. Porque soy posuda y siempre lo he sido. Porque tengo una necesidad de que quede una constancia del momento, de ese instante donde las cosas iban bien o donde todo se sentía agradable, para que después yo pueda mirarlo y recordar eso que fue, y que ni el tiempo ni los cambios pueden modificar.

De alguna manera, me acostumbré siempre a sonreír. Recuerdo la cara de un psiquiatra que me decía que era la única persona que decía que entraba a sesión sonriendo, soltaba una bomba y arrancaba a llorar sin que se me borrara algo de la sonrisa de la cara. O la cara de una recepcionista quien me preguntaba aterrada cómo podía hablar de mi artritis y sonreír al tiempo. O ese paciente que no entendía porqué mientras yo le decía que debía hospitalizarse por su riesgo suicida, yo sonreía, y me decía que no debía ser tan malo. O mi abuelo, quien me dijo hace poco que no podía verlo tan acabado y enfermo, porque yo estaba sonriendo, entonces eso significaba que él estaba bien.
Si tengo que rastrearlo, creo yo que vendría de mi mamá. La mujer más sonriente que conozco, la más positiva también. Algún día le pregunté que cómo podía sonreír tanto si había tenido tanto dolor, a lo que me dijo que dejar de sonreír no iba a cambiar su sufrimiento y que además, así nadie se daba cuenta de su pesar.
Y es chistoso cuándo pienso en mi constante sonrisa, porque es una gran máscara. Pero que a mí, como escritora de mis penas y dolores, no me sirve de nada sonreír pues igual soy un libro abierto para lo bueno y lo malo, y el filtro al hablar me lo quedaron debiendo.
Aún así, agradezco ser sonriente. Porque creo que seria invivible reflejar el dolor y las caídas en mi cara. Claro, el brillo de mis ojos no volvió a ser el mismo de antes y desde hace un año mi sonrisa y mi mirada tienen un aire melancólico. Cuando me levanto al baño a media noche, ciertamente se nota que algo pasó y cambió el paisaje a su paso. Claramente mi cara, mi mirada y mi sonrisa no volvieron a ser las mismas. Hay algo de herida y supervivencia en ellas, lo que hace que sean, como el término en inglés "hauntingly beautiful". Pero me gusta, y lo agradezco. Porque esa sonrisa de mil secretos y esos ojos que guardan las historias más dolorosas, aún se atreven a volver a las viejas costumbres. A ser como siempre. A intentar imitar a esa vieja Mariana, con su risa ruidosa y su fe en la gente. Aún sabiendo que ella ya no está, y que salen todos los días a escena en un campo de guerra en mi cabeza, salen. Y de alguna manera, sigo siendo la persona que "es toda sonriente", a la que la gente no le cree los diagnósticos que carga en su maleta de mano y su cansancio físico y emocional.
Y seguiré sonriendo, pues mi sonrisa parece no importarle los síntomas que vengan y vayan. Y seguiré entendiendo, por cuenta propia, que se puede sonreír en el dolor, se puede sonreírle a la vida así nos parezca que no se parece en nada a lo que esperábamos... Y finalmente, entenderé, que no se puede asumir nada de nadie por su sonrisa, porque esa la ponemos todos. Al final, ese es el tema de la sonrisa de la Mona Lisa, ¿Está realmente sonriendo? ¿O solamente la vemos sonreír como un efecto?

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