viernes, 30 de marzo de 2018

Día mundial de la bipolaridad.

Hoy es el día mundial de la bipolaridad así que parece que es óptimo hablar de eso.
La bipolaridad socialmente es una condición que puede tener dos tipos de reacción: o usarla como un adjetivo cualquiera y reducirla, o tenerle pánico. He dicho ya varias veces que me indigna que se usen los diagnósticos psiquiátricos como adjetivos, que se les reste su importancia para (por decirlo de una forma no amable) prostituirlos. Y con la bipolaridad pasa mucho, una ciudad es "bipolar" si en la mañana llueve y en la tarde hace sol y calor, o una persona lo es si antes le parecía gracioso algo y ahora no, y así sucesivamente. Se reduce a simplemente tener dos cosas que parecen opuestas y que pase de una a la otra. No más.
Por otro lado, están las personas a las cuales la bipolaridad les aterra. Porque hay algunas condiciones mentales más comunes, o que la gente acepta más fácil y abiertamente, como la depresión, la ansiedad, los problemas de aprendizaje o los desórdenes de alimentación, que se califican entonces como "ganas de llamar la atención" o "enfermedades de moda" por personas tremendamente ignorantes. Pero con la bipolaridad se está en el límite entre éstas y las "más graves" como una esquizofrenia, que ya la gente piensa que son enfermedades "que no se fingen" y que pertenecen a un loquero. Personas tremendamente ignorantes, repito. Entonces cuando alguien llega y dice abiertamente que tiene un trastorno afectivo bipolar lo miran con susto. Con pánico. Con rechazo. Porque en el imaginario, las personas con bipolaridad están entre paredes blancas y una bata de hospital absolutamente drogados para poder controlarse.
Y no. El hecho de que la gente no admita abiertamente que tiene un trastorno afectivo no hace que no existan en el mundo real. Puede ser cualquiera de nosotros. Y vive una vida como cualquiera de nosotros. Es más, me atrevo a decir que son mucho más fuertes de lo que uno se imagina. Porque es convivir con la tristeza, la anhedonia, la irritabilidad, el sueño desequilibrado y demás síntomas de la depresión intensa, esa que no lo deja a uno levantarse de la cama ni sentir el sabor de las comidas. Esa que convence que no vale la pena vivir, que todo el mundo lo odia, que el mundo no se merece a alguien tan malo y estúpido. Esa que ahoga y cansa. Es convivir con la manía o la hipomanía que no es, como se cree en este mundo ignorante, alegría. Es risa descontrolada en momentos absolutamente inapropiados. Es caminar por la casa a las 2 de la mañana porque el cerebro no para, pero tampoco se logra entender lo que dice porque va muy rápido. Es la necesidad de coger un lápiz y un papel porque la mano no se queda quita y voltear a mirar innumerables círculos y garabatos sin sentido, reforzados, llegando hasta a romper la hoja. Es gritarle a tantísima gente, hasta a adultos mayores o niños. Es absoluta intolerancia hacia el ruido, la luz, la gente, la vida en general, pero aun así querer salir porque nunca hubo tanta energía dentro de uno. Es no saber que se está mal, y pensar que nunca se estuvo mejor. Es incluso llegar a sentirse tan importante que el mismo Dios debería ser quien le ruega a uno compañía.
Es eso y muchísimo más, en unas variaciones de intensidad gigantesca y absolutamente impredecible. Es no saber que versión de uno será este día o esta temporada y hacer planes siempre con el temor de qué pasa si uno recae, aunque no se tenga claro que lado del juego es estar en recaída y cuál es el verdadero yo. Es un juego agotador, son todas las posibilidades de emociones y actitudes y acciones de la vida en un segundo. Pero aún así, es posible vivir. Y miles de personas viven todos los días, con medicación, terapia, ejercicio, compañía y mucho automonitoreo, para lograr vivir la vida que se quiere vivir sin dejar que la condición los defina.
Este día es una invitación a saber que la gente con un trastorno afectivo bipolar es tremendamente fuerte y valiente. Es una invitación a no juzgar. Es una invitación a conocer de las distintas condiciones que pueden llegar a la vida de alguien. Es una invitación a empezar una conversación, salvar vidas y crear así sea un pequeñito círculo más humano. 

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