viernes, 26 de mayo de 2017

Soy Solarte. Soy Caicedo. A mucho honor.

Hace poco, por algunas cosas de la vida, me puse a pensar en qué significa ser Solarte y ser Caicedo.
Hay personas, o teorías, o creencias, que parten de la base de que nosotros no somos más que la recolección de lo que han sido nuestros antepasados, que cargamos los demonios de ellos, las cualidades, el carácter. Que estamos en este mundo para, de cierta medida, remediar o revivir lo que ellos hicieron, honrar su memoria y hacerlo bien.
Soy Solarte. Soy Caicedo.
De los primeros, vengo de una mezcla entre un médico tremendamente conservador, de un pequeño pueblo de Nariño a donde mis pulmones no me permitirían llegar por la altura. Frío como el solo, rodeado de montañas que como en los mejores cuadros parecen cubiertos por cobijas de parches, con cuadrados de distintas tonalidades de verde. Tierra de música andina, de charangos, de cuyes asados y maíz con queso.  Mi abuela, bacterióloga liberal, rola, amante de los boleros  y de las poesías de Aurelio Arturo. Viene de una casa donde lo más importante era el estudio y el conocimiento, pues como mi bisabuelo le decía hasta el cansancio "lo único que le deja uno a sus hijos es el estudio". Por eso, todos sin importar su género, tuvieron su título profesional. Eso si, unas por otras, nunca aprendió a tejer ni a bordar, pues pasaba horas en su laboratorio codeándose con los hombres.
De ahí salió un amor eterno, de esos que rompían paradigmas, y 7 hijos siendo mi papá el bebé de la casa.
Tengo la fortuna de conocerlos a todos, de tener contacto con todos. De haber conocido a mi abuela que después de más de 90 años (si supiera que estoy revelando su edad me regañaría pues uno no dice la edad de las mujeres decentes), que se mantiene como un roble.
Los Caicedo, cachacos y tolimenses, me enseñaron el significado de una gran familia, donde todos somos hijos de todos, hermanos de todos, sobrinos de todos, nietos de todos. Tengo la fortuna de tener 2 abuelos y 3 abuelas, y todos los tíos que vienen por consiguiente, además de los primos por los cuales me derrito. Una casa donde se luchó por cada cosa que se tenía, humildes y sencillos, cada uno salió adelante. Los mayores, no se tutean entre si y a duras penas si se abrazan en fechas importantes. Curioso, pero esos mismos son las personas más cariñosas y amorosas que conozco.  Cada uno siguió su camino, con sus historias fascinantes de amor y dolor, y aunque tengan más de 70 y 80 años, sigue su hermandad y solidaridad intacta. Incluso siguen peleando como todos los hermanos, a pesar de tener el pelo blanco o de ser abuelos. En sus hijos encontré tíos que siempre estuvieron presentes en mi vida, para los buenos y malos momentos. Gente cariñosa, amable, risueña, incondicional. Luego, al conocer a mi tío, vi que compartía infinidad de cosas con un hombre al que no vi durante los primeros 14 años de mi vida, y mi equipo de tíos se completó.
De pequeña, no entendía porque la gente me decía que era una mezcla. Incluso, me frustraba no encontrar un consenso sobre cuál de mis papás era más o menos parecido a mi, pues viví con que a mi hermano le dijeran que era la fotocopia de mi mamá. "Eres como tu mamá, pero con los ojos de tu papá y más cachetes", "Eres como tu papá, pero con la nariz y las cejas de tu mamá", "Eres como los dos, depende del día", y así...
Como todas las familias, tienen sus historias, sus secretos, sus fallas y sus cosas positivas. Aún así, últimamente me he dedicado a desentrañar un poco el pasado, para darle un sentido al futuro. Y siendo así, he llegado a unas conclusiones.
Soy los ojos de mi papá y de mi abuelo. Soy los cachetes rojos, el amor por la poesía y los pucheros de mi abuela. Soy la artriris de ella y de mi padrino. Soy lo que hace que se me agüen los ojos cuando pienso en mi abuelo enfermo. Soy eso que vibra en mi papá cuando oye un conjunto de música andina en la calle. Soy la fe y la espiritualidad de mis tías. Soy el legado de la herencia de Santa Teresa y su hermano. Soy el pésimo sentido del humor de mis tíos. Soy cuidadora y maestra, como mi tía. Me maravillo con la naturaleza, como todos ellos. Soy las largas reflexiones y aún más largos escritos, de mis tíos. Soy la sensibilidad por dedicar la vida a curar a los otros de mis abuelos. Soy una romántica empedernida, mezclada con algo de rebeldía y franqueza, como mi abuela. Soy el genio tremendo y las alergias a todo de los Solarte. Soy su sentido del humor y su ironía. Soy su sed por el conocimiento. Soy la fascinación de mi papá por mi abuela. Soy el amor de mi papá por la enseñanza. Soy sus ojos, cafés y profundos, a los que les resulta imposible ocultar lo que sienten o piensan. Soy su sentido de responsabilidad, soy esa que como él se desvela pensando en los pros y los contra. Soy su segunda voz al gritar a todo pulmón las canciones de Mercedes, Silvio, Pablo Milanés, Piero y la canción social en general. Soy su sensibilidad, su capacidad infinita de amar y la dificultad de proseguir una vez nos hieren. Soy sus manos frías con dedos largos, como de pianista. Soy su dificultad para socializar y su incomodidad al estar en sitios desconocidos o muy llenos de gente. Soy su perfeccionismo, su deseo de siempre dar lo mejor de si. Soy su humildad cuando le dan halagos.
De mis muchos abuelos y tíos Caicedo, no me salvo. Tengo la ternura y sentido maternal de Julita, la resiliencia y honestidad realista de Martha, la incondicionalidad de Cecilia. Tengo el amor por la familia y la solidaridad de Mono, y la imprudencia y pasión de mi abuelo, y su deseo tardío de enmendar los errores. Tengo la humildad de donde ellos vienen, y la certeza de que nada en esta vida es regalado así que hay que lucharlo y ganarlo. Tengo su recordatorio constante de dónde vienen, para así entender a dónde van. Tengo la enseñanza de que familia no es por la consanguinidad, sino por los lazos de cariño que se crean, y que quienes te crían y están ahí para apoyarte son quienes merecen ser familia, el resto no. Tengo el amor por las fiestas y el baile, la música de diciembre y las celebraciones en familia. Tengo de mis tantos tíos adoptivos el humor, el sarcasmo, la unidad, el cariño. Tengo de ellos lo más bonito, el amor por sus hijos, mis primitos, que cada día alegran mi vida con sus aventuras al crecer en este mundo. De mi tío, tengo la rebeldía, el amor por el arte, la aceptación de uno mismo, el empuje para luchar por la vida, la boca sin tapujos para hablar de todo tipo de cosas, la mirada crítica de la vida. De mi mamá su ternura y entrega, su solidaridad, su sensibilidad. Soy sus chistes que a pesar de ser malos, la hacen reír por días enteros. Soy sus coreografías de las canciones de Miguel Bosé. Soy ese corazón que es tan bueno, que perdona infinito, guardando en si muchas cicatrices ignoradas con tal de hacer a los demás felices. Soy su amor por el chocolate y la capacidad de dormir en cualquier lugar, a cualquier hora. Soy su amor por las flores y el arte, soy la añoranza de haber heredado sus ojos verdes, soy su devoción por la Virgen María.
Y así podría quedarme hablando horas, de todo lo que soy de ambas partes. De todo lo que les debo. De todo lo que les admiro. De todo lo que quiero de ellos.
No hablaré de lo malo que también he heredado a profundidad, porque quiero rendir tributo y no desprestigiar. Pero como dije antes, no niego mi mal genio Solarte, ni mi imprudencia Caicedo.
Si bien les debo mucho de lo que soy, no soy todo lo que ellos son. Ni ellos tienen todo lo que yo tengo. Ni ellls son quien yo soy.
Mucho ha sido labrado en mi camino, si bien ellos me dieron el modelo y los genes, he sido yo la que he tomado las decisiones que me han traído hasta donde estoy hoy en día.
Si algo puedo decir, que resumiera toda esta carreta, sería que nadie para conocerlos mejor que yo. Porque he vivido 22 años y medio con Solartes y Caicedos de todo tipo, porque cargo los apellidos, porque son pedazos de la historia. Y aun con todo lo que se, con lo que descubro, con lo que vivo, con lo que la gente habla y con lo que se callan. No estaría más orgullosa de pertenecer a otras familias que no fueran los Solarte y los Caicedo. Y cargaré estos honores, enmendaré los errores aprendidos, y viviré a plenitud con ese legado por los días que tenga por delante.

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