martes, 6 de junio de 2017

Con mucho, mucho, muchísimo amor para todos los que dudaron de mi: Terminé el semestre.

Y se acabó el semestre.

Ser humano al otro lado de la pantalla, si está leyendo esto es porque lo publiqué, y si es así es porque terminé mi práctica en el énfasis de psicología clínica.

Escribo esto unos días antes de que realmente se acabe, pues aprovecho una incapacidad médica para reflexionar y poner en palabras todo aquello que siento. Más lo publico sólo al tener la certeza de que lo aprobé satisfactoriamente, sería vergonzoso ponerlo y luego quitarlo. Hay que ser precavidos.

Hace una semana, estaba donde mi psiquiatra, me preguntó cuánto me quedaba de práctica y le dije que unas 3 semanas. Él, sonriendo me dijo "¿Te acuerdas de cuándo estabas en este mismo sofá diciendo que no sabía si ibas a entrar, o si ibas a retirar a la semana, o cuánto ibas a durar?". Yo no pude más que reír y mirar al piso.
Todo eso parece tan tremendamente lejano en este momento, pues este último año ha sido eterno, aunque esa conversación fue tan solo en Enero.
Este semestre ha sido el más arduo y difícil de toda mi carrera, en todo nivel. Empecemos porque me enfrentaba a una práctica en un campo desconocido, con un paradigma que nunca había explorado en mi vida, viendo pacientes de la vida real con casos de la vida real. Sé que eso último tiene un aire inocente al leerlo, pero es absolutamente distinto y el impacto es fuerte entre enfrentarte a los casos en papel a ver a una persona, sentada frente a ti, esperando respuestas, esperando que le ayudes. Estaba más sola que en otros semestres, pues solo tenía unas cuantas amigas cercanas en el semestre pero a ninguna en mi lugar de práctica y la persona más cercana a mi durante todo mi proceso académico simplemente se disipó como un fantasma. Y claro está, la crisis, la medicación y demás temas que son el combustible de este sitio.
En resumidas cuentas, es un semestre que partió de una lucha contra una corriente que me decía que yo, por mi condición mental, por mi historial psicológico, por haberme tomado un tiempo para recuperarme anímicamente, no debía estar en el campo clínico. Pero para fortuna mía, desgracia de otros, me había ganado el cupo y tenía el pleno interés de desempeñarme ahí. Cartas y reuniones después, reuniones interminables en las que tenía que "justificar" mi valor académico y personal, mis capacidades ante personas que tenían todas las pruebas de ésto, empezaba el semestre más retador a nivel personal y académico.
Pero salté, me lancé. Poco a poco, eso sí. Cada día, simplemente me preocupaba por ese día, o mejor por esa hora que estaba pasando. Lo máximo que planeaba era la semana, más allá de eso nada. Ni siquiera lo contemplaba.
Lo hice con honestidad, lo que implicó muchas charlas con distintas personas de la facultad acerca de mi pasado, mi presente, mi futuro, mi sintomatología, mis medicamentos, mis profesionales, mi red de apoyo... Puede parecer irónico, pues tengo un blog de salud mental y soy escritora de ésto en un portal, pero nunca quise involucrar a la universidad con mis temas personales. Tenía ésta impresión de que eso me hacía parecer ¿Débil? ¿Incapaz? Que afectaba la comprensión de los profesores hacía mí, que simplemente era incompatible con ser una psicóloga exitosa. Pero en este punto, ya eso no importaba. Era responsabilidad conmigo, con terceros, con la misma universidad. Y fue hasta bonito, porque si bien es un estereotipo y no quiero remarcarlo, cuándo uno se abre se da cuenta que las figuras académicas que puede uno admirar tremendamente, se han basado en sus luchas personales, en sus propias condiciones, en lo que algún momento consideraron como su fracaso, para surgir de ahí y se humanizan a todos aquellos que hoy en día parecen intocables.
Me encontré con profesores que me enseñaron que componía a un buen psicólogo, y en primer lugar era una disposición siempre activa para escuchar al otro, para entender su dolencia, para ponerse en sus zapatos. Pero eso no es lo que más valoré. Sino que creían en mí, creían en mis capacidades, y me veían siempre más allá del diagnóstico. Porque a pesar de su gran responsabilidad, y su actuar siempre dentro de la ética y el bienestar, a pesar de que les llegué varias veces con sintomatología alborotada, sin poder hablar, después de varias crisis, o incluso llorando, siempre creyeron que podía hacerlo. Y me dejaron hacerlo, en un espacio seguro. Supervisada. Con algunas excepciones. Con algunas concesiones.
Tal vez tuve que ceder, tuve que comprometer cosas, levanté especulaciones, chismes y hasta malas miradas. Cuándo la gente parte de la base, de que el sufrimiento de uno físico o emocional es para manipular o conseguir buenas notas, no hay manera de tener una buena relación. Hoy a ellos, les digo que si supieran la historia desde mis zapatos, nada me ha complicado más mi camino académicamente en relación con el lugar donde estudio, que haber sido honesta desde hace un año sobre quien soy en términos de mi salud mental y física. Que las noches de preocupación y los discursos de convencer de que SÍ soy lo suficientemente buena, me los ahorraría en un segundo si, al haber aplazado semestre, no me hubiesen pedido un motivo pero es el precio con el que viene la decisión que tomé en ese momento de cuidarme. Que preferiría repetir todas las materias, o demorarme 5 años más que pasar por esto.
Podría decir, que fue el semestre donde más sola estuve. A nadie le gusta sentir que hay otros que tienen el camino más fácil que uno mismo, y tendemos a llenar los vacíos con información errónea, porque es más fácil empelicularse que preguntar o dar la cara. Aún así, lo entiendo. No es agradable, pero es humano y es difícil lidiar con cargas de otros.

Aún así, tuve personas excepcionales, honestas, atentas, sensibles y empáticas. Personas que hasta el último día de la práctica intentaban entender mi historia, mi ausencia, los compromisos, mis retos.
De la verdad única y total de lo que pasó este semestre, no sabría. Asumo que yo lo viví distinto a los profesores, a los directivos, a los compañeros. Hay tantas versiones como gente que las cuente.
Pero en mi versión, hoy, absolutamente agotada, algo descompensada físicamente y drenada emocionalmente, digo que pude terminar el semestre.
Que lo hice.
Que me enfrenté a mis peores demonios y sobreviví.
Y aprendí montones.
No tanto en las clases, sino en el contacto con los pacientes. En oír sus relatos. En sus ganas de salir adelante. En su resiliencia. En su sonrisa entre lágrimas mientras contaban realidades inimaginables para mi hasta ahora. En sus despedidas entre llanto. En su gratitud por sentirse escuchados y validados por primera vez en su vida. En su infinita capacidad de cada uno, de enseñarme a mi como persona más que cualquier libro.
Si, tal vez fue el semestre en que más sola estuve. Puedo contar con los dedos de las manos mis amigos verdaderos e incondicionales, aquellos que me defendieron, aquellos que me aguantaron el chorrero de lágrimas, aquellos que nunca dudaron de mi capacidad o de mi ética, que me vieron flaquear, que me tenían que repetir los discursos de ánimo una y otra vez. Pero tuve más de 30 pacientes que me hicieron feliz. Que me recordaron porqué vale la pena dar la lucha, tantas luchas, levantarse. Tuve contacto con médicos excelentes cuya calidad humana superó todas mis expectativas. Tuve profesores que me alentaron, que me animaron, que me entendieron, que me enseñaron porqué estudio lo que estudio, y qué es lo que falta. Tuve una coterapeuta que no solamente me enseñó como si fuera su hermana pequeña, pero se abrió conmigo para darme infinitas lecciones a nivel personal, y me apoyó cada vez que por una temática en consulta o un evento en la Unidad de Salud Mental yo trastabillaba.

Y es simple. Es ser humanos. Es ser empáticos. Es ser comprensivos. Es no juzgar. Es entender. Es apoyar. Es decir lo bueno o callar. Es ser con los demás quien uno quisiera que fueran con uno. Y son cosas tan sencillas, tan cotidianas, pero tan tremendamente remotas hoy en día.
Termino mi semestre, el penúltimo de mi formación académica para seguir dando batallas. Para seguir demostrando que se puede. Para enamorarme cada día de mi profesión. Para dejar a muchos callados. Sobreviví y me enamoré de la psicología clínica, y comprobé que tener condiciones físicas o mentales en efecto NO son determinantes para que le digan a uno que puede o no hacer. Si lo haces, vas contra corriente y seguramente habrá muchas noches solitarias, reuniones interminables y discursos repetitivos de por qué tu SI vales la pena. Es difícil luchar por uno, es difícil dar la pelea. Es agotador, saca la piedra y cansa. Pero lo vale tanto...

Porque hoy, digo a grito herido y con una sonrisa que terminé el semestre más difícil de mi vida. Que me demostré a mi y a tantos, tantísimos que dudaban, que lo hice y lo hice bien. Que lo disfruté. Que me ayudó enormemente a mi recuperación. Que me devolvió mi fe en lo que estudio y dónde lo estudio.
Si, con varios medicamentos, con cambios de los mismos, con descompensadas, con más incapacidades de las que quisiera, con enfermedades físicas de todo tipo, con mi infaltable bastón de florecitas, con noches de crisis y llanto, con mis vídeos ansiosos, con mis crisis de pánico, con mi dificultad para pronunciar la r, con noches sin dormir, con días de dormir en exceso, con mis infaltables tres horas de psicoterapia a la semana, con las dificultades en mi familia, viendo como cómo una de las personas cercanas en mi historia se apaga cómo una vela, con fibromialgia, muda después del temblor y tiesa después de mi primer contacto con la unidad de salud mental, con un discurso interminable de quién soy y quién quiero ser, con diagnósticos que no niego sino que acepto con orgullo, con una depresión mayor crónica, con un genio que da susto, con terquedad, con la humanidad que me despierta ver casos que tocan fibras profundas de mi ser... LO LOGRÉ!
Ya con esto, cómo no dar todas las peleas. Que se venga el próximo semestre, el último de mi pregrado.

Ah, y una cosa. USTED PUEDE HACER LO QUE QUIERA, LO QUE SE PROPONGA EN SU VIDA, SIN IMPORTAR SU DIAGNÓSTICO. ESO LE DA VALOR, FORTALEZA, CORAJE, HUMANIDAD (que muchos carecen). HÁGALE, SI YO PUDE, USTED TAMBIÉN.
Y al resto, a los que hablan, a los intocables: dejen de ser cafres, sean buena gente. Eso no quita nada y si agrega mucho, muchísimo. No juzguen porque Uds podrían estar en esos zapatos mañana... De nada sirve tener las mejores notas, si como psicólogos (en este caso) carecen de calidad humana.

Con mucho, mucho, muchísimo amor para todos los que dudaron de mi :) Gracias por motivarme para mostrarles de todo lo que soy capaz. Sigan en sintonía, que de dónde salió eso viene mucho, mucho más.

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