sábado, 30 de diciembre de 2017

2017.


Me siento a escribir esto en aquella ciudad en la que todo el mundo piensa cuando habla de año nuevo: Nueva York. Me siento a escribirlo con muchas razones que casi impidieron que viniera y con otras que aún estando acá hacen que cuestione porqué carajos estoy acá, pero con aún más que reafirman que estoy donde debo estar. Me siento a escribirlo el penúltimo día del año, viendo Facebook e Instagram llenos de la irónica frustración entre risas que da tantas supuestas metas para el año que acaba que no se cumplieron, y con otra lista gigante de aquellas que se suman y se prometen para este nuevo año.
Y pienso en lo que es todo esto, y concluyo que es todos queremos desesperadamente una oportunidad para empezar de cero. Todos necesitamos y queremos y deseamos y añoramos y demás, la oportunidad de cerrar ciclos y comenzar otros. Porque todo comienzo nuevo es mejor, dicen, y porque no se puede ir por la vida con ciclos abiertos.
Me acuerdo entonces de una frase que oí alguna vez, que decía que había años que hacían preguntas y otros que las respondían. Claramente no es ilógico que yo quiera respuestas, pero después de un año que respondió mucho, me atrevo a decir que no es tan divertido. Porque no todas las respuestas son como queremos, y nos vemos deseando volver a preguntar, sólo a ver si este año la respuesta nos gusta más.
Del 2017 me quedo con que el héroe o el villano de la historia propia, es uno mismo. Me quedo con que si estoy yo escribiendo esto es porque decidí estar viva hoy, y si Ud lo lee es por eso mismo. Claro, la gente nos da un motivo para vivir. Pero es uno quien decide si sigue acá o no.
Del 2017 me quedo con que uno tampoco es tan mala compañía. Es hasta interesante conocerse y entenderse y demás. Uno es hasta divertido, ahí donde nos vemos. Y también me quedo con que lo mejor que podemos hacer es amar. Amar a la gente, amar lo que se hace, amar a Dios, amarse a sí mismo. Amar, porque el amor cambia y el amor sana. El amor cura y da fuerzas. El amor da sentido.
Por último me quedo con que lo peor que se puede hacer al final del año es ponerse a hacer balances. Porque la vida en si es subidas y bajadas, tiene cosas buenas y malas. La vida por ser vida es así. No porque el año sea malo, no porque uno sea juguete personal de Dios. La vida es enfrentar lo complejo con la cabeza en alto y disfrutar de lo bueno cuando está y como venga. Cosas dolorosas estarán en todos los años, y momentos buenísimos siempre sobrarán.
Me quedo por último con la sensación de que la vida es tremendamente más compleja de lo que uno cree, más nos la complicamos con sospechas, malicia, rótulos, conspiraciones y demás. Al final creo que de todo lo que se trata este juego, es de estar dispuesto a jugarlo. Estar vivo. El resto se disuelve en el camino. Y claro que nadie es el mismo que hace un año, al menos yo no querría ni serlo.
Vea, usted lo hace como quiera hacerlo. Hace un año yo había pasado por un intento de suicidio reciente, mi mayor pánico era volver a la Universidad y la verdad consideraba nunca más ir a clases, con una situación psicológica muy distinta y con absolutamente ninguna idea de lo que se avecinaba. Hoy estoy a 2 meses y poco de graduarme de psicóloga, con mis estudios terminados y nuevos retos en todo sentido. Uno lo logra. Y uno nunca se espera lo que le llega, pero sobre eso ahondaré en otra entrada.
Que el 2018 tenga retos que sortear, personas por quienes agradecer, victorias que celebrar y mucho, mucho para escribir.

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