viernes, 6 de enero de 2017

Reflexiones de Fátima en tiempos difíciles.

Recientemente tuve una experiencia complicada, sobre la cual no estoy lista para dar detalles todavía pero se sobreentiende, por el tema del blog. A los que no entiendan muy bien o no se imaginen lo que fue, pues paciencia que en su debido momento hablaré de eso.
El tema es que dicha situación puso una vez más mis planes en veremos. Empecé el año aún más perdida que antes y ha sido difícil de digerir. Debo ser honesta al respecto, ya que la gente que me lee se identifica con mi camino, y la verdad es que han sido probablemente los dias más complejos de todos estos meses.
Por razones que van más allá de mi poca comprensión del destino o del tiempo de Dios, salí del país justo después de que dicha situación se presentara y viajé a Europa. Era un viaje que ya estaba programado, que incluso era para hace unos meses, pero que por destino (que hoy entiendo mejor) se pospuso para estas fechas. 
El punto es este. En una de esta noches,  me encontré sola por cuestión de unos minutos a las 9:00 de la noche en el santuario de Fátima. Hacía unos 4 grados de temperatura, y la noche estaba despejada así que se veía la Luna y algunas estrellas. Estaba por primera vez sola en muchos días y no lo digo simplemente por la compañía de mi mamá. Por un tiempo breve, tal vez un minuto y medio o dos, me vi completamente sola en este semicírculo gigantesco del santuario de Fátima. Me di la vuelta, mire hacia todos los lados, y no había nadie. Absolutamente nadie. Estaba sola, en la mitad de esta obra arquitectónica, rodeada de estatuas de santos en la parte de arriba, con murales de la pasión de Cristo en el lado, con la basílica imponente, sus campanas, su corona y su cruz, y la imagen de la virgen. Todo esto en mármol o una piedra blanca que parece mármol (no sé de piedras o de arquitectura, lo siento), iluminada en su totalidad por unos gigantescos focos de luz aún más blanca. Arriba, la luna y las estrellas. Y entonces exhalé. Era la primera vez en días en que mi mente se quedaba callada, estaba supongo perpleja de esta inmensidad y susurré "soy la única persona acá". Y sentí el frío, ese que sientes que se te rompen las orejitas, que la punta de la nariz es de hielo y que cuando exhalas, sale una bocanada de humo. Odio el frío, me activa el asma y la fibromialgia y todo me duele y demás, pero esta vez fue distinto. El frío me hizo sentir viva. El dolor al respirar y la tos, el dolor muscular y articular, todo lo odiado, me reafirmaba que ahí estaba viva.
Al verme ahí, helada y consciente, miré la magnitud de estas estatuas, de la basílica, las columnas e incluso del cielo de la noche. Y me dije a mí misma "debe haber algo más". Algo más que vivir por vivir, que estar por estar, que hacer por hacer. ¿Por qué estaba yo allí, sintiendo mi pequeñez, unos días después de uno de los momentos más complejos, sino el más de mi última crisis? Estaba en Fátima, viva.
No sé si fue el entorno, mi fe, o qué, pero volvió la cuestionada búsqueda de sentido. Me rehuso, realmente, a decir que estaba ahí solamente porque estaba viva y ya está. Y que se está vivo porque no se está muerto. Y que no se está muerto porque simplemente no has querido o no has podido quitarte la vida. No. Si bien esto es cierto, en el sentido estrictamente lógico, simple y anatómico: Estás vivo porque no estás muerto. Pero me rehuso, a una explicación con tan poca magia.
Estas vivo, estoy viva, estamos vivos, porque debemos estar vivos en este momento específico. Y esto no es una orden o un juicio, no es una condena o una obligación. Creo que he dejado clarísima la intención de desestigmatizar el suicidio, normalizarlo, verbalizarlo, ponerlo en evidencia, crear consciencia de esta creciente problemática de salud mental a nivel mundial. Creo, también, que entiendo muy bien sin juicios lo que es no querer estar acá y sentirse listo para acabar con la historia propia, ya que he estado ahí muchas veces (algunas más densas y radicales que otras).
Pero el punto es que si yo estoy escribiendo esto, y tú me estás leyendo es porque ambos estamos vivos. Lo queramos o no. Lo hayamos buscado o no. Ese es otro tema.
Y está el tema de por qué seguimos aquí.
Creo profundamente, porque soy una persona católica con una espiritualidad relativamente buena y fuerte, que estamos acá con una misión, con un propósito, para algo (religión y suicidio, batalla constante e interesante que abordaré en otro artículo). El problema: que cada quien es el encargado de descubrir para qué está acá. No hay un manual, no hay un código para hackear el sistema y obtener la respuesta. Es una pregunta que muchos incluso, mueren con muchas décadas encima sin haber podido responder. El otro problema: si se tiene alguna condición mental, en mi caso hablo por la depresión, se encargará de convencerte diariamente de que uno nació para ser inservible, sin talentos, sin futuro, sin manera de cambiar el mundo, básicamente que se es una pérdida de espacio y oxígeno. El reto, como siempre acá, vivir más allá de la condición mental.
Me gusta creer en algo que me dijo un sacerdote, y creo que aplica a las distintas creencias, y es: Dios no perdió el tiempo creando a una persona. Así uno se sienta absolutamente sin sentido, perdido, confundido. Hay un propósito, una razón, un por qué. Siempre, siempre, siempre. Y acá hablo de metas grandes y pequeñas, porque entiendo que las aspiraciones a futuro a veces son complejas pues no se ve un futuro claro. Pero hay tantas, tantas maneras de darle sentido a la vida diaria. Sea sonriéndole a alguien, hablando con un adulto mayor, agradeciendo. Cosas simples y sencillas. No estoy pidiendo, porque no soy así y sé lo que cuesta, que todos los que estamos acá "porque toca" (no es la expresión más apropiada pero transmite el mensaje) seamos mañana seres absolutamente sonrientes, empalagosos, y estemos bailando y cantando. No. No es real, no es posible y no va a pasar.
Lo que estoy intentando decir es, si ya estamos acá (porque todavía no es nuestro momento de irnos así a veces no comprendamos esto), pues encontrémosle el sentido a la cosa. Y como el sentido de vida es un tema complejo de buscar para la mayoría y que toma tiempo, y que se deriva de estar activo en la vida (cosa difícil si uno es suicida o si tiene una condición mental que requiere ciertos cambios en la vida y en la rutina), pues hay que encontrar el sentido en pequeñas cosas diarias. Decir, hoy estoy agradecido porque al menos me pude bañar, o porque tuve energía para salir a dar una vuelta, o porque tuve apetito y comí 2 de las tres comidas, o porque hice reír a mi mamá, o porque descubrí un secreto de mi abuela, o porque vi un bebé en la calle que me sonrió. Lo que sea. Pequeñas cosas. E irás encontrando el común denominador en cosas y dirás "hey, aparentemente soy bueno para el servicio/para hacer reír a la gente/para que me cuenten sus problemas/para trabajar con máquinas/para tratar con animales" lo que sea. Y verás, que estás acá, que sigues acá, porque tienes una misión con eso que te llama. Que solo tú puedes cumplir. No es el tema del vacío que dejarías en tu familia o amigos si te suicidas, es el tema de que tienes una misión en esta vida, en este mundo, para dejarlo un poquitín mejor de lo que lo encontraste, y si decides decirle no a la vida, pues estás renunciando a eso.
Todo esto puede parecer lejano, complejo y hasta imposible (confieso que hasta ahora me lo empiezo a creer a medida que lo escribo, me cuesta todavía), pero al menos por pensarlo me dio algo de esperanza y cambió mis sentimientos de tristeza y desgano así fuera por unos segunditos. Y he hecho lo de las pequeñas cosas y si bien no te quita la depresión de inmediato ni te hace un ser lleno de vida y enamorado de la misma, te da un momentito de felicidad y de gratitud, de utilidad en el cual, estar aquí tiene sentido.
Porque estamos acá, para bien, y hay que hacer lo mejor con eso.

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