viernes, 1 de septiembre de 2017

Fue un placer tener 22.

Escribo la que es mi última entrada de 22 años en una sala de espera de una clínica, en urgencias. Resulta que pasé mi última semana de 22 años con un cálculo renal, y el desgraciado se niega a salir así que vuelvo al hospital para ver si me controlan el dolor.
Y obvio, apesta estar en éstas. Pero no me parece raro, pues mi talón de Aquiles siempre ha sido mi salud, y en este último año de vida de manera especial. Entonces terminar el ciclo de mis 22 años en una clínica, tiene la lógica de una película perfectamente calculada.
Durante este año, del septiembre pasado a hoy, septiembre de 2017, no puedo contar las veces que he ido a una clínica, a urgencias, a tomarme exámenes de todo tipo, a citas con distintos especialistas. He tomado remedios para literalmente todos los males físicos que me han aquejado en un momento o en otro. Me han dicho la palabra "crónica" más veces que en toda mi vida y ni hablar del montón de momentos cargados de "eres muy joven para tener esto pero... Pasa". En los 3 meses siguientes a mi cumpleaños pasado, me quedé muda y volví a aprender a hablar, me quedé paralizada y volví a caminar, me contaron que mi depresión era crónica y genética, y que tenía hipersomnia y apnea del sueño. Tuve la piel cubierta de manchas por la dermatitis y vi a los profesionales encogerse de hombros cuando me decían que era por estrés. Tuve alopecia y me volvió a crecer el pelo. Me dio una laringitis que terminó trayendo a mi vida el maravilloso virus o bacteria o bicho o como se llame de una artritis reactiva que llegó para quedarse. Ya en el 2017 empecé viendo maravillados la capacidad de dolor que resiste el cuerpo humano, al mezclar la fibromialgia con mis articulaciones que descubrían su capacidad de hincharse de formas jamás vistas. Tuve piojos mutantes, que no se quitaron con ninguno de los 3 tratamientos que me hice y que me llevaron a recurrir a una especie de insecticida en gotas y unguento. Cuando pensé que todo había pasado, volvieron los piojos como a las 3 semanas y fue realmente detestable. La artritis siguió su camino y con cada episodio sacaba más de sus características que para mi, se volvieron cosas cotidianas. Volví a quedarme paralizada y muda, dejó de funcionar uno de mis brazos para hacerme entender lo importante que es ser ambidiestro. Me dio otitis, bronquitis y laringitis en las últimas semanas de Universidad. Experimenté los efectos secundarios de muchos medicamentos, de uno psiquiátrico en particular que me llevó a una descompensación tal que me desmayé después de una clase. Y ahora lo remato con un cálculo renal. Suena lógico, y creo que sólo mis ojos salen intactos de este recuento, si no tenemos en cuenta las hinchazones por el llanto y las noches en vela.

A nivel psicológico... se me olvidaron las palabras, tuve problemas de memoria, morí y renací varias veces, tuve todo tipo de decepciones, perdoné a otros y a mi misma, me despedí de sueños de mi infancia, empecé a aceptar la inevitabilidad de la muerte de mis seres queridos, perdí a personas sin quienes pensé no podía vivir y gané otras cuantas que me han alegrado el caminado. Toqué fondo varias veces al punto que mi anterior fondo se volvió una simple plataforma más y descubrí que realmente Dios tiene un sentido del humor retorcido y cuando manda algo, manda todo. Cuando llueve, diluvia como dicen por ahí. Fue el año en el que me volví escritora, en que me mostré al mundo sin máscaras, en que fui capaz de besar mis cicatrices físicas e interiores, me volví activista de salud mental y recibí un par de mensajes que me cambiaron la vida al haber salvado a otros. Se me quebró varias veces el alma, sólo para comprobar que ella solita vuelve y se remienda, y entendí que su belleza estaba en ser como una colcha de retazos. Superé mis miedos, volví a la Universidad, vi lo mejor y lo peor de los seres humanos y valoré los gestos de amistad entre una selva de chismes. Aprendí a dejar ir mi pasado, sólo para maravillarme con la sabiduría de la vida y sus tiempos perfectos.
Y como si no fuera suficiente, volví a creer en la gente. Me di cuenta que mi mamá no sólo es una gran mamá sino la mejor y la más incondicional enfermera, y que una caricia de mi papá sigue siendo tan reconfortante como lo era cuando tenía tres años. Reafirmé cada uno de los 365 días de este año, que no podría elegir mejores personas para compartir mi camino como los profesionales que me acompañan. Entendí que los amigos que siempre fueron, siempre serán. Por primera vez no tuve que enamorarme para sentirme validada o suficiente, sino que conmigo bastaba. Me volví mi mejor amiga, porque vi que sólo juntas íbamos a salir adelante y que la mejor motivación era yo misma. Vi como mi ahijada cumplió 45 años, y como mi ahijado aprendió a decir mi nombre y a contar infinitas historias que llenan mi vida de colores. Comprobé que nunca es demasiado tarde como para hacer las paces con quienes se tuvo una historia difícil y que aunque mi abuela viva más de 9 décadas, nunca sentiré que tuve suficiente tiempo a su lado. Recordé como me gustaban las faldas y los vestidos cuando niña y los volví a usar, así como las castañuelas y uno que otro detalle lleno de escarcha. Me propuse, como meta en la vida, hacer que la niña pequeña que fui estuviera orgullosa de quien soy hoy en día, y no he encontrado mejor motivación.

Descubrí entonces que no hay años buenos ni malos, y que todos nos dejan algo de todo. Y que a pesar de que fue difícil cursar todo en ciertos momentos, no cambiaría los buenos que me dejó este año por nada.
Concluyendo esto, acabo de salir del hospital, ya es 2 de septiembre y queda un día para que tenga 23. Y tal vez, con este escrito sólo esperaba cerrar un año con tantas cosas, para iniciar de cero el próximo. De todas formas, siempre es bonito tener la ilusión de empezar de cero, y de tener 365 días por delante para hacer las cosas bien, para estar en paz, para ser mejor. Tal vez éste cálculo, o mi imposibilidad para pronunciar la r siempre me recordarán este año, al igual que todo lo que aprendí.
Y tal vez, mi psiquiatra tenía razón. Tal vez me merezco celebrarme a mi misma el fin de este año, porque mi cuerpo sí que la luchó para sacarnos adelante. Y mi cabeza también. Y los que me rodean, también. Entonces no está mal tomarme un día para celebrar mi vida, porque al final del día... todavía la tengo.

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