viernes, 20 de octubre de 2017

Mi gente.

Hay gente de gente. Hay gente que nos hunde, gente que nos eleva, gente de gente.
Solemos acordarnos mas de aquellas personas que nos hirieron, que nos dejaron huella con dolor, que sentimos nos quitaron el aire o la vida. Porque parece increíble que alguien, especialmente si lo queríamos o si era cercano a nosotros y por ende haya tenido acceso a lo más profundo de nuestro ser, hiciera algo. Para rompernos, para marcarnos, para dejarnos. Y es muy usual que nos blindemos, porque no seamos pendejos, a nadie le gusta sufrir. Entonces si el amor ha sido complejo, decidimos no volver a amar. Si alguna amistad nos traicionó o nos dejó, nos volvemos tremendamente selectivo con aquellos que llamamos amigos. Si la familia nos decepciona, simplemente nos alejamos. Y nos convencemos que podemos solos, que no necesitamos a nadie, que la vida es más sencilla sin tener que cargar con otros. Podría llegar a ser hasta cierto esto...
Pero carajo, cómo es de rica la vida si es compartida. Y lo digo yo, que me he alejado, que he cerrado puertas, que decido unas tres veces a la semana volverme ermitaña y frenar cualquier tipo de contacto y de interacción. Porque me han hecho daño, porque me ha dolido, porque simple y sencillamente no todas mis relaciones de todo tipo han sido de rosas y oro. Si que no. Si que he llorado por otros, y debo aceptarlo, si que he hecho llorar a otras personas. Y siendo honesta, si hay momentos o aspectos que he tenido bajo llave porque no estoy lista para volverlos a abrir. Pero he pensado tremendamente en esto y es, si hay algo que te ata a la vida es la gente. Si hay algo bueno en la vida, es la gente.
Y así como hay gente que nos daña, hay el doble o el triple de personas que nos salva. Diariamente, con pequeñas cosas, nos dan bocanadas de vida. Pero suele pasar desapercibido, pues finalmente no le damos tanto mérito a aquellos que nos dan felicidad, que nos aportan paz, que nos devuelven la fe en la vida, o que incluso con medidas físicas nos protegen hasta de nuestros propios demonios que son capaces de lo imposible en un mal momento.
Piénselo, por un momento. Quienes y en qué momento lo han hecho sentirse agradecido de estar vivo. Quienes y en qué momento lo han hecho agradecer simplemente por su existencia. Quienes y en qué momento le han hecho sonreír en esos momentos donde uno está hasta la cabeza de mierda y piensa que no va a volver a tener un buen instante. Quienes y en qué momento lo han protegido de sus deseos y hasta acciones para no sentir más. Quienes y en qué momentos lo han hecho sentir valioso y que su existencia merece la pena la lucha. Quienes y en qué momentos lo han hecho creer en el presente y en el futuro.
Y agradezca, si puede hacérselo saber a la persona maravilloso. Pero si no, si no se considera capaz, si la persona ya no está, si simplemente no quiere, cada noche cuando se vaya a dormir agradézcale a Dios, a la vida, al cosmos, al destino, a su deidad favorita si la tiene, por esas personas. Porque sí, las relaciones conllevan la oportunidad de salir herido. La vida tiene el riesgo de salir herido. Pero nada más rico, que la vida compartida.


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