jueves, 2 de febrero de 2017

Hablemos de salud mental de una vez.



Estando con mi mamá, me hizo una pregunta y era si no me molestaba ser reconocida por ser una escritora de salud mental, ya que el serlo implicaba que la gente conocía de mis diagnósticos y mi condición. Y me quedé pensando, y lo único que se me ocurrió fue responderle lo siguiente que pondré acá:
Claramente, para luchar contra un tema de salud mental, hay que identificarse con la condición por la cual se quiere luchar. Es algo así como sentirse aludido por el racismo y decir que se es una persona de color, o apoyar el matrimonio homosexual al ser lesbiana, o querer una igualdad de género completa y ser mujer. Con esto no estoy diciendo que hay que necesariamente estar afectado por una causa para defenderla, yo apoyo el matrimonio y la adopción homosexual y soy heterosexual, condeno el racismo y nunca he tenido un episodio discriminatorio, y conozco hombres que luchan a favor del feminismo. Pero si es más usual que aquellos que han visto sus derechos directamente vulnerados, que han sentido la discriminación en carne propia, que han entendido que es el estigma, sean los abanderados más fuertes de lucha contra ciertas causas.
Entonces ¿Me molesta que la gente me asocie con depresión, ansiedad y enfermedades físicas crónicas? No. Porque precisamente ese es el punto de luchar contra el estigma. No está en negar lo que nos hace distintos, está en entender que eso que nos hace distintos nos hace iguales. Es decir, disminuir el estigma no está en que yo salga y niegue mi depresión, está en demostrar que por tener depresión no soy ni menos ni más capaz que otra persona sin depresión. Y en eliminar todos los estereotipos que conlleva el estigma, que lo profundiza, que alimenta las creencias populares. Ahí entra un poco el tema de la educación, que es el primer paso en eliminar el estigma. Y es poder decir, con una sonrisa, "Si, tengo episodios depresivos mayores desde hace 5 años", cuando hay días en los que no lloro, o tengo energía, o no estoy irritable, o soy positiva y absolutamente alegre. Es poder decir "Si, tengo ansiedad generalizada y me dan ataques de pánico", cuando hay momentos en que soy un manojo de nervios mientras otros en los que no me afecta. Es poder decir "Si, tengo fibromialgia y artritis" cuando no todos los días uso bastón, cuando no siempre tengo las articulaciones inflamadas, y cuando el rastro de los dolores en la mayoría de días sea que simplemente al estar en una misma posición por mucho tiempo, exhale, me masajee el sitio donde me duele y si acaso me pare y cambie de postura.
Ahí yace, para mi, la lucha que defiendo a capa y espada contra el estigma que hay en salud mental. Y es que no es un tema que se elimina al negarse, o al esconderse. Todo lo contrario, crece y se empeora. ¿De qué sirve no ser honesto con un tema de salud mental y buscar ayuda? De que tal vez la persona no aguante más, no tenga apoyo o herramientas, y un día simplemente decida acabarlo todo, dejando a la familia preguntándose como no vio nada. O sirve para alimentar secretos familiares, tabús, ilusiones de árboles genealógicos perfectos que cuando alguno decide investigar ve que no es el primero de sus familiares que lucha con una condición, sino que viene de años atrás, que es más común que el mismo apellido que comparten, pero que nadie nunca se atrevió a hablar. Porque hay esta creencia de que quienes luchamos con temas de salud mental somos débiles o queremos llamar la atención, o que eso "se pasa eventualmente comiendo chocolate". Cuando la verdad es que cargamos una enfermedad por generaciones, y vamos como Sherlock Holmes, investigando, juntando pistas, reuniendo testigos, analizando testimonios, caminando entre vidrios rotos como si se tratase de una maldición. Cuando debería ser tratado como los antecedentes de cáncer, diabetes, glaucoma, hipertensión, etc. Porque es una enfermedad, y porque aceptar que se tiene es de valientes. Lucharla contra la cabeza es de gente con pantalones. Hablarlo es de gigantes.
Solo hablando logramos educar, y solo educando logramos que se entienda que por luchar con una enfermedad mental no significa que uno esté atado de pies y manos en una bata blanca en un cuarto de 4x4 sin ventanas y con una puerta controlada desde afuera. Muchas veces significa llorar en la noche, no dormir pero levantarse cada día con la cabeza en alto para ir a estudiar, a trabajar, a cuidar a los hijos.
Así que no, no me importa que me reconozcan como la que tiene depresión y ansiedad. Porque si fuésemos honestos, nos sorprenderíamos de lo común que es y de cuántos luchan a escondidas. Lo que me importa es que estoy demostrando día a día que si bien tengo malos días y momentos difíciles, se puede vivir con depresión y con una sonrisa en la cara. Se puede tener una condición mental y ser funcional. Se puede tomar medicamentos psiquiátricos y soñar y luchar por esos mismos sueños. Porque todos tenemos algo, y eso, nos hace iguales.

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